martes, 2 de septiembre de 2014

La sotana en llamas

Este verano he leído La sotana en llamas (Tο φλογισμένο ράσο), un relato autobiográfico del escritor griego Platón Rodocanakis, publicado en español por ediciones El Nadir con traducción de Laura Salas.


Platón Rodocanakis nació en Esmirna en 1883 en el seno de una familia acomodada, oriunda de la isla de Quíos. Fue un niño muy sensible y enfermizo, por lo que sus padres decidieron trasladarse a vivir al campo para fortalecer su salud. Su espíritu contemplativo y cierta exaltación religiosa le animaron a ingresar en un monasterio, pero la vida monástica no colmaría sus espectativas y decidió volver al mundo secular. Posteriormente se trasladó a Atenas para dedicarse al periodismo y la literatura. Murió de tuberculosis en 1919, cuando contaba con 36 años de edad.

Rodocanakis fue uno de los principales representantes en Grecia del modernismo y la corriente esteticista. Sin embargo, su obra ha tenido escasa difusión y apenas ha sido traducida, quizás por estar escrita en cazarévusa, la variante cultista y arcaizante de la lengua griega moderna. En su producción destaca el poemario De profundis, que toma el título de una obra de Oscar Wilde, uno de los autores más admirados por Rodocanakis.


Platón Rodocanakis

La sotana en llamas es una breve novela que recrea la infancia de Rodocanakis y su estancia en la escuela de teología de la isla de Jalki, cerca de Constantinopla. Está escrita en una luminosa prosa poética, llena de imágenes que fluyen torrencialmente para evocar la naturaleza y los sentimientos del autor. El carácter melancólico de Rodocanakis y su pasión por la lectura se manifiestan ya desde las primeras páginas:
Yo leía libros, pero no los de la escuela, porque me parecían tontos y sin emoción. De este modo, poco a poco, las ánforas que cada persona reúne y guarda en el laberinto de su conocimiento, se llenaban, no de las materias comunes, sino de los perfumes más difíciles de encontrar, aquellos cuya composición tiene tanta fuerza que atraviesa los alabastros y el nardo se derrama, como si lo ahogara la prisa de extenderse en las piernas de algún mesías desconocido que pasara. Por eso mi rostro se tiñó con los colores del miedo, que el viento del norte agita en la llanura en otoño, por eso mis días caían amarillentos con rumor de plañido, y un hacha enemiga resollaba fúnebre en las profundidades de mi pecho.
Escuela de teología de Jalki (Χάλκη)

El viaje a Constantinopla para iniciar su vida religiosa pone al autor en contacto con una ciudad cargada de historia, en la que evoca las glorias del pasado bizantino. Tras la euforia inicial el protagonista se irá incorporando, no sin dificultades, al estudio y la actividad monástica. Su espíritu inquieto y soñador le lleva a cuestionarse diversos aspectos de la religión cristiana y a compararlos con la antigüedad clásica, que se muestra más brillante y elevada. Finalmente, al ver las aves que emigran hacia el sur, su alma anhela seguirlas y escapar para subirse, como Apolo, al carro de la libertad intelectual: 
Poco a poco, un crepúsculo plomizo, vi cómo el Mar Negro empujaba a bandadas enteras de patos salvajes de cabeza esmeralda. Como una secreta procesión se dirigían hacia el Helesponto, barquitas esparcidas por el aire, cada una con un alma de pájaro por timonel; barquitas que, con rítmico sobresalto, movían sus remos y se iban.
Y sentía, desde las raíces más profundas en las que se asienta mi yo, que algo subía con pesadez y seguía a los patos, como para escaparse de algún implacable invierno que la Moira había nublado sobre él.

Aunque la acción a lo largo de la novela sea mínima, Rodocanakis sabe crear desde las primeras líneas una atmósfera muy especial, que arrastra al lector con su prosa de períodos largos e imágenes poderosas. Hay que felicitar a la editorial El Nadir por poner a disposición del público español esta obra, alejada quizás de los temas y gustos más en boga, pero de indudables méritos literarios.

 

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