domingo, 3 de septiembre de 2017

Más libros de navegantes por Grecia

Es inevitable sentir nostalgia después de volver de un viaje largamente deseado. El único remedio para esa afección del espíritu es el regreso (νόστος) a los lugares visitados. Cuando eso no es posible siempre queda el consuelo de la memoria, poner por escrito y compartir los recuerdos del viaje. En cierto modo el viaje recordado es un nuevo viaje, diferente del original, transformado por la distancia, el tiempo transcurrido y los caprichos selectivos de nuestra memoria. Hay además otra forma de regreso, que consiste acudir a los testimonios de quienes visitaron los mismos lugares. Así he podido volver a Grecia este verano, recorriendo las páginas de los libros de tres navegantes que conocen bien sus mares. De los Mil viajes a Ítaca de Ana Capsir, un libro muy especial, ya he hablado en una entrada anterior. Hoy toca comentar otros dos. El primero y más recomendable es La isla olvidada de Lluís Ferrés Gurt, publicado por la Editorial Juventud.

Un destino es la excusa para iniciar un viaje. Una isla misteriosa en el otro extremo del mar es más que una excusa, es una razón difícilmente resistible. Y con un velero listo para partir no hay que pensarlo dos veces. Hay que zarpar y desear, como dijo Kavafis, que el viaje sea largo, que el camino sea sinuoso, cosa fácil, ya que la isla se halla en el otro extremo del Mediterráneo y para alcanzarla hay que cruzar este mar laberíntico tan apropiado para el merodeo y en el que lo difícil es evitar detenerse en los recodos del camino y demorarse en los puertos y fondeaderos para hablar con las gentes y saborear los momentos. Hay que apresurar la salida y retrasar la llegada, evitar los atajos. Merodear, esa es la palabra. Pero no como un nómada que hace del camino su única razón de vida, sino como un viajero que va, sin prisa, hacia alguna parte. 
Estas líneas de la introducción resumen el objetivo del viaje que se narra en La isla olvidada, un viaje que parte de la daliniana cala de Port Lligat, en la costa catalana, para terminar en la pequeña isla de Saría, al norte de Kárpathos, en aguas del Egeo. Como revela el subtítulo del libro se trata de un periplo por el Mediterráneo modesto, que elude a propósito las grandes ciudades de este mar y los destinos turísticos más frecuentados. El velero de Lluís Ferrés se detiene en pequeños islotes de la costa oeste de Cerdeña y en el enclave de Tabarka, en el litoral tunecino, antes de recorrer las aguas poco profundas del canal de Sicilia y buscar el rastro de islas que aparecieron y desparecieron como resultado de la actividad volcánica de la zona. El periplo continúa por la costa siciliana recalando en islas solitarias o agrupadas en los pequeños archipiélagos de las Égadas o las Eolias. El paso del estrecho de Mesina, morada legendaria de Escila y Caribdis, marca el tránsito hacia el mar Jónico. Allí es inevitable la parada en Ítaca, la isla de Odiseo, antes de rodear el Peloponeso para adentrarse en el Egeo, el paraíso para el enfermo de islomanía, el territorio en el que cualquier navegante libre de esta fijación acabará contrayendo la enfermedad. Folégandros, Síkinos, Amorgós, Astipalea, Leros, Nísiros, Chalki y Kárpathos son las escalas en las que se demora el barco del autor antes de llegar al destino deseado, la pequeña Saría.
Cada isla es un mundo, con una vida y una historia propias. El libro de Lluís Ferrés entabla un hermoso diálogo con el presente y el pasado de este mar sorprendente. Desde tiempos remotos diversos pueblos han ejercido su dominio más o menos largo e intenso: minoicos, micénicos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, venecianos, genoveses, berberiscos, turcos... Todos ellos han dejado su huella, pero al autor le interesan más algunas actividades que han marcado el pasado reciente y que están a punto de desaparecer. Nos enteramos así de cómo la tonnara, la pesca del atún con almadraba, era hasta hace poco el motor de la economía de algunas islas del Tirreno. Descubrimos el bisso, la seda del mar, un asombroso material obtenido de las fibras con las que la nacra, una especie de enorme mejillón, se fija al fondo del mar. Su proceso de fabricación se ha transmitido como un valioso secreto entre las mujeres de la isla de Sant'Antioco. La extracción de coral en Tabarka o la pesca de esponjas en Chalki son otras actividades casi desaparecidas, que fueron hasta hace poco la clave de su prosperidad. 
Ruinas de castillos encaramados en las alturas, remotos monasterios en lugares imposibles, antiguos balnearios decimonónicos abandonados, o cárceles que albergaron años atrás a peligrosos capos de la Mafia son algunas de las construcciones que salen al encuentro del velero y dan testimonio del paso del tiempo. Como los modestos restos de edificaciones de diversas épocas que aún pueden verse en Saría, la isla felizmente olvidada, el destino último de este fascinante viaje a través del Mediterráneo.


Antonio Vicario es otro navegante, buen conocedor de los mares de Grecia. Pero su libro El mar acogedor, publicado por Bohodón Ediciones, no es una crónica de viajes, sino una colección de relatos un tanto desigual. El autor elabora seis piezas de ficción partiendo de noticias de prensa, notas, recuerdos y reflexiones personales. Todas ellas tienen una relación más o menos directa con el mar y se desarrollan en su mayoría en islas como Hidra, Egina, Ítaca o Santorini. Entre sus protagonistas encontramos gentes de mar: capitanes, cocineros, familias de armadores venidas a menos..., pero también a un anciano arqueólogo exiliado que regresa a su patria, o a la variopinta comunidad de extranjeros afincados en una isla griega. Las historias suelen estar salpimentadas con una tórrida pasión amorosa y se resuelven con algún suceso trágico que marca el destino de los personajes. Se trata, en suma, de una lectura amena y ligera, sin mayores pretensiones, que cuenta para nosotros con el aliciente de estar ambientada en Grecia.



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