miércoles, 26 de febrero de 2020

In memoriam Kikí Dimulá


Κική Δημουλά (Atenas, 6 de junio de 1931 - 22 de febrero de 2020)

HE PASADO

Camino y cae la noche.
Decido y cae la noche.
No, no estoy triste.

He sido curiosa y he estudiado mucho.
Sé de todo. Un poco de todo.
Conozco los nombres de las flores cuando se marchitan,
sé cuando reverdecen las palabras y cuándo sentimos frío.
Sé con qué facilidad se abre la cerradura de los sentimientos
con cualquier llave del olvido.
No, no estoy triste.

Hubo días de lluvia,
me instalé detrás de este
alambrado acuático
con paciencia y discreción,
como el dolor de los árboles
cuando cae su última hoja,
y como el miedo de los valientes.
No, no estoy triste.

He pasado por jardines, frente a fuentes
y he visto muchas estatuas que se reían joviales
sin saber por qué.
Y pequeños cupidos, presumidos.
Sus arcos tensos
parecían lunas menguantes en mis noches de ensueño.
He soñado muchos y hermosos sueños
y estuve a punto de perderme.
No, no estoy triste.

He pensado en los sentimientos,
de los míos y de los demás,
y hubo siempre espacio entre ellos
para que pasara el dilatado tiempo.
He pasado y he vuelto a pasar por Correos.
He escrito cartas y las he vuelto a escribir;
he invocado sin tregua al dios de la respuesta.
He recibido breves postales:
una cordial despedida desde Patras
y ciertos saludos
desde la Torre de Pisa que se inclina.
No, no estoy triste porque el día se inclina.

He hablado mucho. A la gente,
a los faroles, a las fotografías.
Y mucho a las cadenas.
He aprendido a leer manos,
y a perder manos.
No, no estoy triste.

He viajado, es verdad. He ido aquí, he ido allá...
El mundo siempre a punto de envejecer.
He perdido aquí, he perdido allá.
He perdido por ser observadora
y también por ser distraída.
He ido al mar.
Tenía derecho a un espacio. Supongamos que lo conseguí.
Tuve miedo de la soledad e imaginé a la gente;
a unos los vi caer junto a un polvo tranquilo,
traspasado por un rayo solar;
a otros junto al sonido de una campana mínima.
Y me llegó el sonido del toque de la campana
de la soledad ortodoxa.
No, no estoy triste.

Jugué con el fuego y me quemé lentamente.
Tampoco me faltó la experiencia de las lunas.
Sus fases menguantes, sombrías, sobre mares y ojos,
me han nutrido.
No, no estoy triste.

He resistido tanto como pude a este río
cuando estaba crecido, para que no me llevase,
y cuando fue posible he imaginado los ríos secos
que tenían agua, pero me arrastraron.

No, no estoy triste.
A la hora precisa cae la noche.

(Traducción de Nina Anghelidis)


ΠΕΡΑΣΑ

Περπατώ και νυχτώνει.
Αποφασίζω και νυχτώνει.
Όχι, δεν είμαι λυπημένη.

Υπήρξα περίεργη και μελετηρή.
Ξέρω απ’ όλα. Λίγο απ’ όλα.
Τα ονόματα των λουλουδιών όταν μαραίνονται,
πότε πρασινίζουν οι λέξεις και πότε κρυώνουμε.
Πόσο εύκολα γυρίζει η κλειδαριά των αισθημάτων
μ’ ένα οποιοδήποτε κλειδί της λησμονιάς.
Όχι, δεν είμαι λυπημένη.

Πέρασα μέρες με βροχή,
εντάθηκα πίσω απ’ αυτό
το συρματόπλεγμα το υδάτινο
υπομονετικά κι απαρατήρητα,
όπως ο πόνος των δέντρων
όταν το ύστατο φύλλο τους φεύγει
κι όπως ο φόβος των γενναίων.
Όχι, δεν είμαι λυπημένη.

Πέρασα από κήπους, στάθηκα σε συντριβάνια
και είδα πολλά αγαλματίδια να γελούν
σε αθέατα αίτια χαράς.
Και μικρούς ερωτιδείς, καυχησιάρηδες.
Τα τεντωμένα τόξα τους
βγήκανε μισοφέγγαρο σε νύχτες μου και ρέμβασα.
Είδα πολλά και ωραία όνειρα
και είδα να ξεχνιέμαι.
Όχι, δεν είμαι λυπημένη.

Περπάτησα πολύ στα αισθήματα,
τα δικά μου και των άλλων,
κι έμενε πάντα χώρος ανάμεσά τους
να περάσει πλατύς ο χρόνος.
Πέρασα από ταχυδρομεία και ξαναπέρασα.
Έγραψα γράμματα και ξαναέγραψα
και στο θεό της απαντήσεως προσευχήθηκα άκοπα.
Έλαβα κάρτες σύντομες:
εγκάρδιο αποχαιρετιστήριο από την Πάτρα
και κάτι χαιρετίσματα
από τον Πύργο της Πίζας που γέρνει.
Όχι, δεν είμαι λυπημένη που γέρνει η μέρα.

Μίλησα πολύ. Στους ανθρώπους,
στους φανοστάτες, στις φωτογραφίες.
Και πολύ στις αλυσίδες.
Έμαθα να διαβάζω χέρια
και να χάνω χέρια.
Όχι, δεν είμαι λυπημένη.

Ταξίδεψα μάλιστα.
Πήγα κι από δω, πήγα κι από κει…
Παντού έτοιμος να γεράσει ο κόσμος.
Έχασα κι από δω, έχασα κι από κει.
Κι από την προσοχή μου μέσα έχασα
κι από την απροσεξία μου.
Πήγα και στη θάλασσα.
Μου οφειλόταν ένα πλάτος. Πες πως το πήρα.
Φοβήθηκα τη μοναξιά
και φαντάστηκα ανθρώπους.
Τους είδα να πέφτουν
απ’ το χέρι μιας ήσυχης σκόνης,
που διέτρεχε μιαν ηλιαχτίδα
κι άλλους από τον ήχο μιας καμπάνας ελάχιστης.
Και ηχήθηκα σε κωδωνοκρουσίες
ορθόδοξης ερημίας.
Όχι, δεν είμαι λυπημένη.

Έπιασα και φωτιά και σιγοκάηκα.
Και δεν μου ‘λειψε ούτε των φεγγαριών η πείρα.
Η χάση τους πάνω από θάλασσες κι από μάτια,
σκοτεινή με ακόνισε.
Όχι, δεν είμαι λυπημένη.

Όσο μπόρεσα έφερ’ αντίσταση σ’ αυτό το ποτάμι
όταν είχε νερό πολύ, να μη με πάρει,
κι όσο ήταν δυνατόν φαντάστηκα νερό
στα ξεροπόταμα
και παρασύρθηκα.

Όχι, δεν είμαι λυπημένη.
Σε σωστή ώρα νυχτώνει.

domingo, 9 de febrero de 2020

Qué queda de la noche. Cavafis en París

Durante los meses de mayo y junio de 1897 el poeta alejandrino Constantinos Cavafis (1863-1933) hizo un viaje por Francia e Inglaterra en compañía su hermano Yannis, más conocido por John en el círculo familiar. Después de llegar por barco hasta Marsella los dos hermanos viajaron a París y, desde allí, a Londres. De regreso volvieron a pasar unos días en la capital francesa, antes de tomar el barco que les llevaría de nuevo a Alejandría. Qué queda de la noche (Τι μένει από τη νύχτα) es una novela que recrea los tres últimos días del poeta en París. Su autora es Ersi Sotirópoulos, cuya novela Zigzag entre naranjos amargos hemos comentado en otra entrada de ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ


En la primavera de 1897 Cavafis acaba de cumplir 34 años y lleva ya un tiempo trabajando en la Oficina de Riegos del Ministerio de Obras Públicas en Alejandría. Tan solo ha publicado algunos poemas en revistas y en hojas sueltas de escasa difusión. El viaje con su hermano le permite evadirse del ambiente de su ciudad natal y de la fuerte personalidad de su madre, con la que vive. La autora nos presenta a un Cavafis que siente la necesidad de dar un nuevo rumbo a su vida, de encontrar su propia voz como poeta, de liberarse de una sexualidad reprimida y culpable. La ciudad a la que llega todavía se encuentra conmocionada por el incendio del Bazar de la Charité y dividida en torno a la polémica del caso Dreyfus. El guía de los dos hermanos en estos tres días parisinos será Nicos Mardaras, un griego emigrado con el que se encuentran en un café, inquieto y locuaz personaje, un tanto cargante, buen conocedor de los asuntos mundanos de París y secretario informal de Jean Moréas, autor del que ya hemos hablado en ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ en un par de ocasiones (aquí y aquí). Moréas, al que Cavafis ha enviado dos poemas para conocer su influyente opinión, se encuentra fuera de París, pero Mardaras les propone visitar su casa y su biblioteca.
Cómo ansiaba ver los libros que habían formado a aquel gran poeta, descubrir quiénes eran los escritores que lo habían educado, porque no era un simple poeta, sino un resorte de la vida intelectual, inspirador de movimientos literarios, quizá una de las dos o tres personas cuya opinión contaba de verdad en París.
En los siguientes días Mardaras se ofrece para acompañar a los hermanos Cavafis por los locales de moda parisinos, incluyendo el Arca, una casa de campo en las afueras de la ciudad, donde se organizan exclusivas veladas en las que se puede encontrar lo más exquisito y lo más bajo.

Cavafis en 1896

Excepto un par de breves capítulos escritos en primera persona, el libro está narrado en tercera persona por una voz omnisciente, que penetra en la mente del poeta para mostrarnos sus inquietudes, dudas y remordimientos. La autora construye así, desde dentro, un personaje lleno de matices que atraviesa un momento crucial de su vida. Las referencias a la obra cavafiana son continuas. En un sugerente juego literario imagina cómo se gestaron algunos de los temas y los poemas más célebres del autor alejandrino, como La ciudad o El dios abandona a Antonio. Nos sumerge, en suma, en el arduo trabajo que ha de afrontar todo creador, incluso los más geniales, hasta encontrar su estilo personal, su propia manera de conciliar el arte con la vida.
Algo le había pasado por la cabeza, la idea de que toda esta dificultad en la escritura podía no deberse a la escritura. Puede que no tuviera que ver con que su talento estaba aún en ciernes, sin cultivar. Quizá el problema estuviera en él, en su interior. La gran necesidad de ruptura en su poesía que sentía con tanta intensidad los útimos meses, el imprudente impulso de romper las normas -cuando no estaba preparado todavía, porque sabía que no lo estaba-, de deshacerse de los lirismos y florituras verbales, de quitarse de encima toda influencia de otros poetas y corrientes, de ser él mismo su propia corriente, quizá reflejara, a fin de cuentas, una necesidad de ruptura en su vida con todo lo que hasta entonces había sido su vida. Ruptura con las normas, las convenciones sociales. Se encontraba ante un enorme dilema. El consabido dilema. ¿Cómo podía alguien con una vida mediocre, conservadora, limitada, escribir grandes versos? ¿Hablar de grandes pasiones, de épocas de atrevimiento? Error. No debían confundirse aquellas dos cosas. La escritura saldría perdiendo. Pero, ¿cómo se podían distinguir?
Qué queda de la noche ha sido editado en español por la editorial Sexto Piso con traducción de Vicente Fernández González y Antonio Vallejo Andújar. La autora acudió a España para presentar la traducción de su libro y concedió sendas entrevistas a los periódicos El País y La Vanguardia.

Ersi Sotirópulos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid