DIDASKALOS

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miércoles, 3 de febrero de 2021

Ἄνδρα μοι ἔννεπε, Μοῦσα... Un padre, un hijo, una epopeya

La Odisea cuenta la historia de un hombre, de un varón. No es casualidad que ἄνδρα sea la primera palabra del poema. Tampoco lo es que la Ilíada se abra con la palabra μῆνιν (cólera), ni que Virgilio inicie su Eneida con otras dos palabras clave que condensan los temas principales de la obra, arma virumque. El ἄνδρα de la Odisea centra el poema, desde el primer verso, en su protagonista masculino, aunque el propio Odiseo no aparezca hasta el canto V. Esta primera palabra también nos advierte de que la Odisea es sobre todo una historia de hombres, de varones. Es cierto que hay personajes femeninos, como Penélope, Calipso, Circe, Euriclea o la misma Atenea, que juegan un papel relevante, pero la trama principal nos ofrece un recorrido por las edades del hombre: en las primeras páginas el foco se sitúa sobre un hombre joven, Telémaco; luego la obra se ocupa del varón adulto, Odiseo; y en el último canto aparece el hombre anciano, Laertes, en compañía de su hijo y su nieto. Como sugiere Cavafis en su poema Ítaca, la historia de Odiseo no es sino una alegoría de la trayectoria vital del hombre, aunque el poeta alejandrino piensa más en el ἄνθρωπος que en el ἀνήρ. Esta es una de las líneas de interpretación de la obra de Homero que propone Una Odisea, un emotivo libro de Daniel Mendelsohn, publicado en castellano por Seix Barral.

Daniel Mendelsohn (Nueva York, 1960) es filólogo clásico, crítico literario, escritor y profesor universitario. En el instituto Bard, donde ejerce su labor docente, impartió durante el semestre de primavera de 2011 un seminario sobre la Odisea. Su padre, un matemático retirado de ochenta y un años, le pidió asistir como oyente a las clases, a lo que el autor accedió. A lo largo de dieciséis semanas, entre enero y mayo, Jay Mendelsohn, acudió puntualmente al curso junto a jóvenes de diecisiete y dieciocho años. Posteriormente, en el mes de junio, padre e hijo se embarcaron en un crucero temático por el Mediterráneo que recorría los escenarios de la obra de Homero. Una Odisea, que lleva el subtítulo de Un padre, un hijo, una epopeya, es el fascinante resultado literario de las vivencias de esos meses de 2011. Un libro a medio camino entre el ensayo crítico y las vivencias personales, que se lee como una novela.

Daniel Mendelsohn junto a su padre en el crucero Sobre los pasos de la Odisea
 

A medida que avanza la lectura comentada de la Odisea, vamos conociendo la peculiar personalidad del padre del autor. Y el propio autor, al verlo desenvolverse en medio del grupo de sus jóvenes alumnos o entre los pasajeros del crucero, descubre facetas insospechadas de su progenitor. En paradójico contraste con Telémaco, que al principio del poema emprende un viaje iniciático en busca de un padre al que no conoce, Daniel Mendelsohn acabará comprendiendo mejor el carácter distante, retraído y exigente de un padre al que creía conocer muy bien. A lo largo de las páginas del libro el relato fluye con naturalidad entre la Odisea y la intrahistoria familiar de los Mendelsohn, con saltos hacia atrás y adelante, recurriendo a las mismas técnicas narrativas que se analizan en el seminario universitario. El autor, fecundo en ardides como Odiseo, nos enreda en una deliciosa maraña fabuladora en la que, al margen de artificios literarios, subyace una sentida, hermosa y sincera historia sobre las relaciones paternofiliales. No menos interesantes son sus comentarios acerca de la epopeya homérica, fruto de años de estudio, pero también de las aportaciones de su padre y sus alumnos. Personalmente le debo a este libro una gratitud especial, no solo por el disfrute que me ha deparado su lectura, sino por haberme empujado a releer, una vez más, la Odisea.



lunes, 11 de enero de 2021

El dios vagabundo, las aventuras de un sátiro en el mundo moderno

 

Gracias al blog Dives Gallaecia he descubierto este cómic de Fabrizio Dori, publicado en español por ECC Ediciones. Su protagonista es Eustis, un sátiro condenado por Artemisa a vagar solo, con aspecto humano, apartado de sus compañeros del cortejo de Dioniso.

 

Sus andanzas llegan hasta nuestros días. Vive en los suburbios de una ciudad moderna, en medio de un campo de girasoles. Allí recibe la visita de diversos personajes, atraídos por las maravillosas historias que cuenta.

Una noche descubre que no es el único de los dioses antiguos que sigue existiendo en el presente. Un fantasma le guía hasta Hécate, quien le revelará la manera de recuperar su aspecto original y reunirse con sus viejos compañeros.


Eustis inicia entonces un recorrido fabuloso, a medio camino entre lo onírico y lo mitológico, en compañía de un anciano profesor miope y el espectro de un héroe griego fracasado.

En un mundo que ha desterrado hace mucho a los dioses paganos las figuras de la mitología que sobreviven se ven obligadas a adaptarse a los nuevos tiempos. Parece evidente la deuda del autor con Baco, una serie de cómics de los años 80 y 90, que también descubrí en el blog de Álvaro Vilariño, y de la que he hablado en ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ en un par de ocasiones. El Baco de Eddie Campbell tiene muchas cosas en común con el Eustis de Fabrizio Dori. Ambos llevan una eternidad viviendo en un mundo que no es el suyo. Si aquel luce siempre una gorra de marinero, nuestro sátiro cubre su cabeza con un bombín. El personaje del profesor, excepto por su estatura, parece un calco del viejo Simpson, el fiel acompañante de Baco.



Pero lo que aleja a El dios vagabundo de Baco, un cómic en blanco y negro, es su prodigioso uso del color, la luz y el dibujo. Con continuos cambios de estilo, enfoque y tonalidades entre un episodio y otro Fabrizio Dori nos propone un juego fascinante de referencias, que constituye todo un homenaje a la historia de la pintura. Como en otros comics de tema mitológico no faltan las viñetas inspiradas en la cerámica griega, otras rinden tributo a los bestiarios medievales o a la pintura renacentista, pero la mayoría de estos guiños pictóricos remiten a autores del XIX y del XX, como Toulouse-Lautrec, Van Gogh, Alfons Mucha, Gustav Klimt, Otto Dix o Roy Lichtenstein. Seguro que un mejor conocedor de la historia del arte es capaz de encontrar más referentes en El dios vagabundo, una auténtica joya para disfrute de los sentidos, que merece la pena leer con atención para recrearse en los detalles y el mimo que el autor ha puesto en cada viñeta.







domingo, 18 de octubre de 2020

La Cólera, una nueva mirada sobre la Ilíada

Lo que define a una obra clásica es que siempre tiene algo que aportar a los lectores de épocas posteriores y es fuente permanente de inspiración para los creadores, que proyectan su mirada sobre ella y actualizan su mensaje. La Ilíada, el poema con el que arranca la literatura occidental, es un buen ejemplo de ello. En un arte tan joven como el cómic contamos con varias adaptaciones recientes de la obra de Homero y de la leyenda troyana. Las hay más fieles al texto original, otras más atentas a los datos arqueológicos, algunas siguen una estética determinada o cambian parte del argumento para crear una historia nueva. Hoy traemos a ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ La cólera, un nuevo y sorprendente cómic inspirado en la Ilíada, publicado por Astiberri con dibujos de Javier Olivares y guion de Santiago García.

Como es bien sabido μῆνιν (cólera) es la primera palabra de la Ilíada y la cólera de Aquiles es el tema principal de la obra de Homero. En el cómic de Javier Olivares y Santiago García aparecen los principales acontecimientos de la epopeya troyana, pero no se trata de una adaptación más, sino de una obra profundamente original, que propone una nueva mirada sobre la historia de Aquiles. 

La cólera se inicia con una larga secuencia de batalla entre griegos y troyanos, sin diálogos, con grandes composiciones a doble página, en un crescendo que culmina con Aquiles despojándose del casco al final del combate. Vemos entonces el rostro del héroe por primera vez, con los rasgos que le identificarán a lo largo de la obra: el pelo rojizo, los labios finos, la mirada penetrante y sombría.


La cólera es un cómic muy visual. Pasan más de treinta páginas hasta que aparece el primer diálogo, con la llegada de Ulises a la tienda de Aquiles. Hay un estilo muy reconocible en los pasajes dialogados, tanto en el dibujo, como en la disposición de las viñetas, pero en las grandes escenas a doble página Javier Olivares despliega sus dotes de ilustrador en composiciones en las que se perciben ecos del cubismo y del expresionismo. Los cambios en el estilo y en el ritmo de la narración son constantes a lo largo de la obra. Por ejemplo, cuando Aquiles, en esa primera conversación con Ulises, evoca su estancia en la isla de Esciros disfrazado de mujer.

Unas páginas más adelante, después de otra secuencia de batalla de tono épico, los autores introducen un nuevo cambio de registro con una divertida escena en la que los héroes que vuelven del combate son reducidos a caricaturas. En esta sucesión de viñetas alargadas con siluetas oscuras sobre fondo anaranjado es fácil ver un doble homenaje a la tira cómica y a la cerámica ática de figuras negras, precedente último de la historieta.

 

Justo después de este episodio, cuando ha transcurrido aproximadamente un tercio de la obra, tiene lugar la tercera escena dialogada del cómic: Fénix le comunica a un sorprendido Aquiles que Agamenón se ha llevado a Briseida. Los autores optan aquí por una versión nueva de la historia tradicional. No hay asamblea de los aqueos, ni enfrentamiento directo entre Agamenón y Aquiles, pero el resultado es el mismo. El héroe se vuelve literalmente rojo de cólera y decide retirarse con sus hombres del combate.

 

Quizá los lectores más puristas echen de menos algunos episodios y personajes de la obra original, o una mayor fidelidad al texto homérico. Les recomendamos que abran la Ilíada por el verso 478 del canto XVIII y al mismo tiempo observen con atención una larga secuencia de La cólera, compuesta por nueve grandes ilustraciones a doble página, que constituyen en realidad una única imagen, ya que cada una de ellas es continuación de la anterior. Verán que los dibujos se corresponden casi palabra por palabra con la descripción del escudo que Hefesto fabrica para Aquiles por encargo de Tetis. Una buena prueba de que los autores conocen en profundidad la epopeya de Homero, pero han escogido aquellos pasajes que mejor se ajustan a la historia que quieren contar.


                                  La otra ciudad, la cercaban al par dos tropas de gente
                                 fulgentes en armas; que se dividían en dos pareceres,
                                 o ya tomarla al asalto y partirse todos los bienes
                                 cuantos en sí la gentil ciudadela dentro tuviese,
                                 y otros aún que no, y que a emboscada estaban poniéndose;
                                 y al muro corrían esposas queridas, críos imberbes
                                 y hombres de harta vejez, a por las almenas ponerse;
                                 y aquellos ya en marcha, les iban Atena y Ares al frente,
                                 ambos en oro, y de oro vestían ropa y jaeces,
                                 hermosos y grandes en armas, como es para dioses decente,
                                 claros luciendo en mitad, y más chicos los combatientes.

(Ilíada XVIII, 509-519. Versión rítmica de Agustín García Calvo)

 

Tras la retirada de los mirmidones los troyanos hacen retroceder a los griegos hasta sus naves. Las escenas de batalla se intercalan con diálogos entre Aquiles y Patroclo, en los que este intenta infructuosamente convencer a su amigo y amante para que vuelva a la lucha. Después de una de esas conversaciones Aquiles se echa a dormir. Comienza entonces la parte más sorprendente y original de La cólera: el sueño de Aquiles. El héroe penetra en una cueva, se zambulle en unas aguas verdosas y el cómic experimenta un giro de 180 grados, tanto en sentido figurado como literal, ya que hay que dar la vuelta al volumen para proseguir con la lectura, ahora de derecha a izquierda. Aquiles emerge al otro lado con cuerpo de mujer. Allí le espera Tetis, su madre, para guiarle hasta Europa, el satélite de Júpiter, donde le muestra a sus hijos, no a los nacidos de su vientre, sino a los hijos de su cólera. A partir de aquí se desarrolla dentro de la obra una historia futurista totalmente original.

Los autores se sirven de este inesperado cambio de estilo y de registro para insertar su particular denuncia social. Esa Europa futurista, en la órbita de Júpiter, no es sino un trasunto de la Europa actual, hija de la cólera, donde el abuso de poder, la injusticia social y la invisibilidad del refugiado están a la orden del día. 

Antes de que termine el sueño Tetis le plantea a su hijo la conocida elección entre una vida larga, pero sin fama, o una vida corta, pero con fama inmortal.

Aquiles toma su decisión, se vuelve a sumergir en las aguas verdosas y, tras un nuevo giro del volumen, reparece al otro lado como varón. Despierta en su tienda de ese extraño sueño y descubre que, mientras dormía, Patroclo ha vuelto al combate y ha sucumbido en el campo de batalla a manos de Héctor.


Aquiles toma las armas para vengar a Patroclo y nos encontramos una variación más en el enfoque y en el ritmo narrativo. El final de la historia se presenta desde la perspectiva de Ulises, testigo de las últimas hazañas de Aquiles en Troya. El color y la disposición de la página cambian y, en una vertiginosa sucesión de viñetas sin diálogos, los autores ilustran el combate entre Aquiles y Héctor, los funerales de Patroclo, la muerte de Aquiles, la conquista de Troya e, incluso, la historia completa de la Odisea.

Un único episodio de los viajes de Ulises merece ser tratado con más extensión, cambiando de nuevo la paleta de colores, la composición de la página y volviendo a introducir los diálogos. Se trata de la Νέκυια, la evocación de los muertos del canto XI de la Odisea, donde se produce el reencuentro de Ulises con su compañero muerto Aquiles.

El episodio final de La Cólera se desarrolla en Ítaca, cuando Ulises es ya un anciano al borde de las muerte. Con él se cierra este cómic, sorprendentemente versátil y poliédrico, un magnífico ejemplo de cómo se pueden mezclar la tradición y la modernidad, la fidelidad a los clásicos y la libertad creativa. En este sentido nos recuerda a El héroe, de David Rubín, otro cómic impactante sobre la figura de Heracles, publicado en dos volúmenes también por Astiberri, y del que hablamos en su día en ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ (libro uno y libro dos). 

Resulta admirable que historias que se gestaron hace casi tres mil años sigan manteniendo su fuerza inspiradora y renovando su vigencia en pleno siglo XXI. Y es que por mucho que la tecnología transforme nuestro mundo, y cada vez a mayor velocidad, las obras clásicas siguen apelando a las preocupaciones esenciales de la existencia humana, que apenas han cambiado desde que los griegos antiguos las convirtieron en los temas centrales de su literatura y su pensamiento.


martes, 10 de marzo de 2020

Islas, ISLAS. Cuaderno de viaje por el Dodecaneso

                                        Toda isla es un proyecto de orden.
                                        El mar que las circunda,
                                        inevitable,
                                        los puntos cardinales marcando un horizonte
                                        sin matices visibles,
                                        la ausencia de salidas
                                        que no conduzcan todas
                                        a esa informe no-isla sin tiempo
                                        que es el mar.

Con estos versos abre Pedro Molina Temboury la crónica poética de su viaje por las islas del Dodecaneso, publicada por la editorial Pre-Textos y galardonada con el Premio de Poesía Javier Egea en 2011. Hace tan solo unos meses comentábamos otro libro más reciente de Verónica Aranda, que también recrea poéticamente un viaje por las islas griegas. No son los únicos poemarios inspirados por la estancia de sus autores en Grecia. Por las páginas de ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ han pasado ya los Archivos griegos de Blanca Andreu, Atenas de Juan Vicente Piqueras y las Crónicas de Atenas de Manuel Jurado López.


Pedro Molina Temboury (Málaga, 1955) inició su carrera literaria en los años 80 con dos libros de poesía, para pasarse después a la novela y a la literatura de viajes. Tras un paréntesis de más de veinte años el autor ha retomado su producción poética. En Islas, ISLAS, segundo título de esta nueva etapa, evoca un viaje veraniego por las islas del Dodecaneso con una acompañante a la que interpela en varios de los poemas.

                                        Me dijiste una noche:
                                        Grecia es como una roca
                                        que un gigante arrojara,
                                        cada isla un guijarro
                                        fragmentado en el mar.

El recorrido se inicia en Rodas y desde allí, saltando de guijarro en guijarro, prosigue por Tilos, Nisiros, Kos, Kalimnos y Lipsi, para terminar en Patmos. Leros y Simi, aunque solo se divisan desde el barco, inspiran también un par de poemas. Como cabe esperar en un libro ambientado en Grecia no faltan las alusiones mitológicas, especialmente a Ulises, el viajero por antonomasia, pero también a Hefesto, recordado desde el volcán de Nisiros, o a una misteriosa ninfa que podemos identificar con la acompañante del poeta. En uno de los poemas Circe contempla cómo embarcan los turistas en el ferri de regreso. No tiene ya necesidad de convertirlos en animales. La desconexión de la rutina y la suspensión del tiempo que se opera en la isla son suficientes para transformarlos en seres diferentes.

                                        cuando les veo partir
                                        -bronceados y ahítos de bañarse y holgar-
                                        la mayoría aún arrastran su propia inconsistencia
                                        pero algunos también el no ser ya los mismos,
                                        haber saboreado un elixir divino
                                        de recuerdo perenne
                                        que al retomar sus vidas siempre echarán de menos:
                                        el deseo de ser isla
                                        y que nada te alcance,
                                        sin istmos ni penínsulas ni mareas vadeables,
                                        sin pasado ni nombre, sin internet, sin móvil,
                                        los vulgares hechizos
                                        de su mundo mortal.

Al autor le gusta contraponer el glosioso pasado clásico, la belleza del paisaje, o las pintorescas ermitas y monasterios con la presión del turismo y la vida moderna. Así, en los acantilados de Kalimnos / los argonautas hoy / saltan en parapente / con el i pod a tope. En el monasterio de Juan el Teólogo de Patmos hay popes de todo tipo: popes que cancerberos / te reclaman la entrada / o censuran la carne / que exhiben las turistas / ...y hasta alguno que lee / un libro de Stieg Larsson / las tapas camufladas / como un misal piadoso. Pero nos compadecemos especialmente de ese otro pope de un monasterio de Tilos que soñó con vivir retirado del mundo sin que nadie se acerque a su nido de águilas,

                                        Si acaso peregrinos o visitas piadosas,
                                        no turistas de trekking
                                        que le disparan fotos
                                        y confunden con sendas de interés ecológico
                                        los caminos de Dios
                                        -aún peores los hippies,
                                        que en verano se instalan en la playa desierta
                                        al pie del monasterio
                                        y se bañan desnudos y fuman marihuana-.

Monasterio de Agios Panteleimonas en Tilos

Otro tema recurrente son los barcos y las travesías. El poeta imagina a los veleros por la noche en el puerto como amantes que se mecen y buscan el contacto de sus cascos, o como confidentes que intercambian / secretos en voz baja. Las travesías entre islas tienen algo de mágico:

                                        En cubierta,
                                        viajeros que buscan un sentido
                                        a sus vidas en tierra.
                                        ...
                                        Y el barco que navega
                                        indiferente a todo,
                                        flotando como un sueño
                                        que no termina nunca.

Cada barco tiene su propia personalidad. Frente a los modernos ferris y catamaranes, puntuales y asépticos, el modesto buque familiar Panagίa Spilianί navega entre Rodas y Nisiros luciendo un encanto especial.

                                        Lento como el verano
                                        nunca llega a su hora,
                                        navega renqueante como chatarra aquea
                                        y al atracar se gritan en la lengua de Ulises
                                        el padre y los hermanos
                                        juramentos sonoros
                                        invocando a Atenea, a Poseidón, a Eolo
                                        o mejor al dios Euro
                                        que propicia turistas.

El Panagίa Spilianί saliendo de Nisiros

La placidez del viaje veraniego, el abandono al descanso y al lento fluir de las horas le traen al poeta recuerdos de otro tiempo y de otro mar, que sin embargo es el mismo, a pesar de la distancia.

                                         Qué extraño que me bañe
                                         en las islas de Grecia
                                         y me recuerde niño
                                         nadando en una playa
                                         de las costas de Málaga.

El viaje llega a su fin, pero en el avión de regreso los viajeros tienen ocasión de contemplar por última vez, desde una perspectiva nueva, esas islas en las que han pasado unos días inolvidables.

                                         de pronto tan pequeñas
                                         que parece imposible
                                         haber cabido en ellas,
                                         que los días y las noches
                                         que nos dieron cobijo
                                         no fueran claustrofóbicos
                                         en lugar de felices.

La mayoría de los poemas están compuestos en heptasílabos con ocasionales rimas asonánticas, lo que confiere al libro un ritmo y una sonoridad muy reconocibles. La poesía de Molina Temboury es fluida y transparente. Sabe recrear escenas con fina ironía y sentido del humor, trazar conexiones entre pasado y presente, evocar los paisajes visitados y los momentos vividos, transmitiendo esa sensación de felicidad que proporcionan los placeres efímeros y sencillos. Consigue contagiarnos, en suma, ese deseo de ser isla / y que nada te alcance.

  
El autor habla de su libro

domingo, 20 de octubre de 2019

Un recorrido poético por las islas griegas



Las islas son el regalo hecho al mundo en días de paz para su gozo
Con esta cita de María Zambrano, que constituye toda una declaración de intenciones, se abre Dibujar una Isla, el libro de poemas de Verónica Aranda, galardonado con el XX Premio de Poesía Ciudad de Salamanca y publicado por la editorial Reino de Cordelia. En las páginas que siguen la autora se entrega, en compañía de la persona amada, al gozo y al descubrimiento de algunas islas griegas, que son efectivamente un regalo, pero también un enigma que debe ser revelado.

                                                  Toda isla es un enigma
                                                  cuando lava y espuma
                                                  se entrelazan.
                                                  Cuando recolectamos en silencio
                                                  piedras turquesa
                                                  y emociones últimas.
                                                  Cuando declina abril
                                                  y hay cinturas esquivas,
                                                  cartas sin responder,
                                                  y unas salinas de un extraño rojo.

El itinerario poético de Verónica Aranda comienza por las islas del Egeo y su primer destino es Santorini, donde se pregunta si

                                                  Acaso la existencia 
                                                  es esta forma lenta
                                                                                de  bajar los peldaños
                                                  y divisar volcanes.

Míkonos, la isla que en los antros se embriaga / y aplica el carpe noctem, es un buen lugar para el encuentro amoroso.

                                                  Me buscas; estupor,
                                                  muy cerca de las yemas de los dedos.
                                                  El movimiento torpe
                                                  que se enquista en las ingles 
                                                  nos llena de archipiélagos.

Después de las islas más turísticas el recorrido prosigue por otras menos frecuentadas. Folégandros con su luz fresca de cal y aguamanil y su extraño aroma a sandía caliente invita a nadar y abandonarse en sus plácidas aguas.

                                                   Nado a crol
                                                                       y me alejo de la orilla;
                                                   me pierdo en la corriente 
                                                                                            primitiva del mar.
                                                   Soy una nadadora ensimismada.

Luz fresca de cal y aguamanil. (Foto de Alicia Andrés, tomada del blog de la autora)

En Milos la quietud se plasma en la forma en que los pescadores, / siempre meditabundos, / contemplan el fulgor de las medusas. En Kímolos, en un mediodía blanco / de textura porosa, la plenitud consiste en yacer y que me narres / historias de fareros. El periplo por las Cícladas culmina en Sifnos y Sérifos, donde las calas son una nueva invitación a entregarse a la voluptuosidad.

                                                   Si un pinar delimita
                                                   la voluptuosidad, sus tonos sepia,
                                                   decido no alejarme de las playas de fósiles.

Desde Sérifos un salto hacia el norte lleva a la autora hasta las Espóradas para contemplar, en Skiathos, las vistas desde la alcoba de Papadiamandis. En Skópelos sorprenden el paisaje y la vegetación, muy diferentes a los de las Cícladas, y la extraña forma de la isla.

                                                    Una isla imposible
                                                    de dibujar, con infinitos cabos,
                                                    limoneros frondosos y colinas
                                                    donde los monjes enloquecen.

El recorrido por el Egeo termina en Alónnisos, disfrutando una vez más de la suspensión del tiempo y del placer del baño.

                                                    Nado, constante, sobre los erizos
                                                    y sobre las incógnitas.
                                                    Un tiempo fértil se dilata
                                                    en las calas remotas.

En la segunda parte del libro la autora vuela hasta las islas del mar Jónico. La isla de Odiseo no está incluida en la ruta, pero desde el aire contempla su silueta y no se puede resistir a componer un breve poema, en el que evoca a Penélope, sola en el lecho conyugal, cansada de intentar averiguar el paradero de su esposo.

                                                    Sobrevolamos Ítaca.
                                                    Penélope se arropa con dos sábanas.
                                                    Un viejo mapamundi
                                                                                      reposa sobre el lado
                                                    vacío de su lecho.

Las referencias geográficas son ahora menos precisas. Solo se mencionan expresamente tres destinos: Corfú, Paxos y el paraíso diminuto de Antípaxos.

                                                    No recuerdo
                                                    la forma de la isla,
                                                    solo el sabor del vino de Antipaxos,
                                                    solo tus hombros tensos
                                                    en ese paraíso diminuto.

Antípaxos

En el resto de los poemas del Jónico, sin una localización exacta, hay lugar para el desencuentro amoroso, la reconciliación y una cierta sensación de fatiga, de pasión que se apaga, de viaje que toca a su fin.

                                                    El tiempo es troje en ruinas;
                                                    algo más que una vid en ese espacio
                                                    donde ya es autoengaño
                                                    lo que era deseo.

Pero el libro no se cierra con el final del viaje. En una tercera parte titulada Dibujar una casa, la autora delinea con sus versos los esbozos de varias casas. O quizás se trate más bien de una sola casa, multiforme, que cambia de aspecto para cobijar los distintos estados de ánimo que suscita la relación amorosa. En uno de ellos, La casa equilibrio, encontramos una alusión a las construcciones tradicionales de las Cícladas.
                                                     
                                                    No hacer muchas preguntas
                                                                                           y asomarse a los días
                                                    desde una balaustrada
                                                    que tiene el blanco exacto de las cícladas.

Con Dibujar una Isla Verónica Aranda nos regala una poesía directa, breve, sincera, a menudo transparente, pero no siempre sencilla. Para el amante de Grecia tiene el valor añadido de que la mayor parte del libro nos transporta líricamente a la luz, los aromas, los sonidos y los paisajes de las islas griegas.

Verónica Aranda