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miércoles, 3 de febrero de 2021

Ἄνδρα μοι ἔννεπε, Μοῦσα... Un padre, un hijo, una epopeya

La Odisea cuenta la historia de un hombre, de un varón. No es casualidad que ἄνδρα sea la primera palabra del poema. Tampoco lo es que la Ilíada se abra con la palabra μῆνιν (cólera), ni que Virgilio inicie su Eneida con otras dos palabras clave que condensan los temas principales de la obra, arma virumque. El ἄνδρα de la Odisea centra el poema, desde el primer verso, en su protagonista masculino, aunque el propio Odiseo no aparezca hasta el canto V. Esta primera palabra también nos advierte de que la Odisea es sobre todo una historia de hombres, de varones. Es cierto que hay personajes femeninos, como Penélope, Calipso, Circe, Euriclea o la misma Atenea, que juegan un papel relevante, pero la trama principal nos ofrece un recorrido por las edades del hombre: en las primeras páginas el foco se sitúa sobre un hombre joven, Telémaco; luego la obra se ocupa del varón adulto, Odiseo; y en el último canto aparece el hombre anciano, Laertes, en compañía de su hijo y su nieto. Como sugiere Cavafis en su poema Ítaca, la historia de Odiseo no es sino una alegoría de la trayectoria vital del hombre, aunque el poeta alejandrino piensa más en el ἄνθρωπος que en el ἀνήρ. Esta es una de las líneas de interpretación de la obra de Homero que propone Una Odisea, un emotivo libro de Daniel Mendelsohn, publicado en castellano por Seix Barral.

Daniel Mendelsohn (Nueva York, 1960) es filólogo clásico, crítico literario, escritor y profesor universitario. En el instituto Bard, donde ejerce su labor docente, impartió durante el semestre de primavera de 2011 un seminario sobre la Odisea. Su padre, un matemático retirado de ochenta y un años, le pidió asistir como oyente a las clases, a lo que el autor accedió. A lo largo de dieciséis semanas, entre enero y mayo, Jay Mendelsohn, acudió puntualmente al curso junto a jóvenes de diecisiete y dieciocho años. Posteriormente, en el mes de junio, padre e hijo se embarcaron en un crucero temático por el Mediterráneo que recorría los escenarios de la obra de Homero. Una Odisea, que lleva el subtítulo de Un padre, un hijo, una epopeya, es el fascinante resultado literario de las vivencias de esos meses de 2011. Un libro a medio camino entre el ensayo crítico y las vivencias personales, que se lee como una novela.

Daniel Mendelsohn junto a su padre en el crucero Sobre los pasos de la Odisea
 

A medida que avanza la lectura comentada de la Odisea, vamos conociendo la peculiar personalidad del padre del autor. Y el propio autor, al verlo desenvolverse en medio del grupo de sus jóvenes alumnos o entre los pasajeros del crucero, descubre facetas insospechadas de su progenitor. En paradójico contraste con Telémaco, que al principio del poema emprende un viaje iniciático en busca de un padre al que no conoce, Daniel Mendelsohn acabará comprendiendo mejor el carácter distante, retraído y exigente de un padre al que creía conocer muy bien. A lo largo de las páginas del libro el relato fluye con naturalidad entre la Odisea y la intrahistoria familiar de los Mendelsohn, con saltos hacia atrás y adelante, recurriendo a las mismas técnicas narrativas que se analizan en el seminario universitario. El autor, fecundo en ardides como Odiseo, nos enreda en una deliciosa maraña fabuladora en la que, al margen de artificios literarios, subyace una sentida, hermosa y sincera historia sobre las relaciones paternofiliales. No menos interesantes son sus comentarios acerca de la epopeya homérica, fruto de años de estudio, pero también de las aportaciones de su padre y sus alumnos. Personalmente le debo a este libro una gratitud especial, no solo por el disfrute que me ha deparado su lectura, sino por haberme empujado a releer, una vez más, la Odisea.



domingo, 18 de octubre de 2020

La Cólera, una nueva mirada sobre la Ilíada

Lo que define a una obra clásica es que siempre tiene algo que aportar a los lectores de épocas posteriores y es fuente permanente de inspiración para los creadores, que proyectan su mirada sobre ella y actualizan su mensaje. La Ilíada, el poema con el que arranca la literatura occidental, es un buen ejemplo de ello. En un arte tan joven como el cómic contamos con varias adaptaciones recientes de la obra de Homero y de la leyenda troyana. Las hay más fieles al texto original, otras más atentas a los datos arqueológicos, algunas siguen una estética determinada o cambian parte del argumento para crear una historia nueva. Hoy traemos a ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ La cólera, un nuevo y sorprendente cómic inspirado en la Ilíada, publicado por Astiberri con dibujos de Javier Olivares y guion de Santiago García.

Como es bien sabido μῆνιν (cólera) es la primera palabra de la Ilíada y la cólera de Aquiles es el tema principal de la obra de Homero. En el cómic de Javier Olivares y Santiago García aparecen los principales acontecimientos de la epopeya troyana, pero no se trata de una adaptación más, sino de una obra profundamente original, que propone una nueva mirada sobre la historia de Aquiles. 

La cólera se inicia con una larga secuencia de batalla entre griegos y troyanos, sin diálogos, con grandes composiciones a doble página, en un crescendo que culmina con Aquiles despojándose del casco al final del combate. Vemos entonces el rostro del héroe por primera vez, con los rasgos que le identificarán a lo largo de la obra: el pelo rojizo, los labios finos, la mirada penetrante y sombría.


La cólera es un cómic muy visual. Pasan más de treinta páginas hasta que aparece el primer diálogo, con la llegada de Ulises a la tienda de Aquiles. Hay un estilo muy reconocible en los pasajes dialogados, tanto en el dibujo, como en la disposición de las viñetas, pero en las grandes escenas a doble página Javier Olivares despliega sus dotes de ilustrador en composiciones en las que se perciben ecos del cubismo y del expresionismo. Los cambios en el estilo y en el ritmo de la narración son constantes a lo largo de la obra. Por ejemplo, cuando Aquiles, en esa primera conversación con Ulises, evoca su estancia en la isla de Esciros disfrazado de mujer.

Unas páginas más adelante, después de otra secuencia de batalla de tono épico, los autores introducen un nuevo cambio de registro con una divertida escena en la que los héroes que vuelven del combate son reducidos a caricaturas. En esta sucesión de viñetas alargadas con siluetas oscuras sobre fondo anaranjado es fácil ver un doble homenaje a la tira cómica y a la cerámica ática de figuras negras, precedente último de la historieta.

 

Justo después de este episodio, cuando ha transcurrido aproximadamente un tercio de la obra, tiene lugar la tercera escena dialogada del cómic: Fénix le comunica a un sorprendido Aquiles que Agamenón se ha llevado a Briseida. Los autores optan aquí por una versión nueva de la historia tradicional. No hay asamblea de los aqueos, ni enfrentamiento directo entre Agamenón y Aquiles, pero el resultado es el mismo. El héroe se vuelve literalmente rojo de cólera y decide retirarse con sus hombres del combate.

 

Quizá los lectores más puristas echen de menos algunos episodios y personajes de la obra original, o una mayor fidelidad al texto homérico. Les recomendamos que abran la Ilíada por el verso 478 del canto XVIII y al mismo tiempo observen con atención una larga secuencia de La cólera, compuesta por nueve grandes ilustraciones a doble página, que constituyen en realidad una única imagen, ya que cada una de ellas es continuación de la anterior. Verán que los dibujos se corresponden casi palabra por palabra con la descripción del escudo que Hefesto fabrica para Aquiles por encargo de Tetis. Una buena prueba de que los autores conocen en profundidad la epopeya de Homero, pero han escogido aquellos pasajes que mejor se ajustan a la historia que quieren contar.


                                  La otra ciudad, la cercaban al par dos tropas de gente
                                 fulgentes en armas; que se dividían en dos pareceres,
                                 o ya tomarla al asalto y partirse todos los bienes
                                 cuantos en sí la gentil ciudadela dentro tuviese,
                                 y otros aún que no, y que a emboscada estaban poniéndose;
                                 y al muro corrían esposas queridas, críos imberbes
                                 y hombres de harta vejez, a por las almenas ponerse;
                                 y aquellos ya en marcha, les iban Atena y Ares al frente,
                                 ambos en oro, y de oro vestían ropa y jaeces,
                                 hermosos y grandes en armas, como es para dioses decente,
                                 claros luciendo en mitad, y más chicos los combatientes.

(Ilíada XVIII, 509-519. Versión rítmica de Agustín García Calvo)

 

Tras la retirada de los mirmidones los troyanos hacen retroceder a los griegos hasta sus naves. Las escenas de batalla se intercalan con diálogos entre Aquiles y Patroclo, en los que este intenta infructuosamente convencer a su amigo y amante para que vuelva a la lucha. Después de una de esas conversaciones Aquiles se echa a dormir. Comienza entonces la parte más sorprendente y original de La cólera: el sueño de Aquiles. El héroe penetra en una cueva, se zambulle en unas aguas verdosas y el cómic experimenta un giro de 180 grados, tanto en sentido figurado como literal, ya que hay que dar la vuelta al volumen para proseguir con la lectura, ahora de derecha a izquierda. Aquiles emerge al otro lado con cuerpo de mujer. Allí le espera Tetis, su madre, para guiarle hasta Europa, el satélite de Júpiter, donde le muestra a sus hijos, no a los nacidos de su vientre, sino a los hijos de su cólera. A partir de aquí se desarrolla dentro de la obra una historia futurista totalmente original.

Los autores se sirven de este inesperado cambio de estilo y de registro para insertar su particular denuncia social. Esa Europa futurista, en la órbita de Júpiter, no es sino un trasunto de la Europa actual, hija de la cólera, donde el abuso de poder, la injusticia social y la invisibilidad del refugiado están a la orden del día. 

Antes de que termine el sueño Tetis le plantea a su hijo la conocida elección entre una vida larga, pero sin fama, o una vida corta, pero con fama inmortal.

Aquiles toma su decisión, se vuelve a sumergir en las aguas verdosas y, tras un nuevo giro del volumen, reparece al otro lado como varón. Despierta en su tienda de ese extraño sueño y descubre que, mientras dormía, Patroclo ha vuelto al combate y ha sucumbido en el campo de batalla a manos de Héctor.


Aquiles toma las armas para vengar a Patroclo y nos encontramos una variación más en el enfoque y en el ritmo narrativo. El final de la historia se presenta desde la perspectiva de Ulises, testigo de las últimas hazañas de Aquiles en Troya. El color y la disposición de la página cambian y, en una vertiginosa sucesión de viñetas sin diálogos, los autores ilustran el combate entre Aquiles y Héctor, los funerales de Patroclo, la muerte de Aquiles, la conquista de Troya e, incluso, la historia completa de la Odisea.

Un único episodio de los viajes de Ulises merece ser tratado con más extensión, cambiando de nuevo la paleta de colores, la composición de la página y volviendo a introducir los diálogos. Se trata de la Νέκυια, la evocación de los muertos del canto XI de la Odisea, donde se produce el reencuentro de Ulises con su compañero muerto Aquiles.

El episodio final de La Cólera se desarrolla en Ítaca, cuando Ulises es ya un anciano al borde de las muerte. Con él se cierra este cómic, sorprendentemente versátil y poliédrico, un magnífico ejemplo de cómo se pueden mezclar la tradición y la modernidad, la fidelidad a los clásicos y la libertad creativa. En este sentido nos recuerda a El héroe, de David Rubín, otro cómic impactante sobre la figura de Heracles, publicado en dos volúmenes también por Astiberri, y del que hablamos en su día en ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ (libro uno y libro dos). 

Resulta admirable que historias que se gestaron hace casi tres mil años sigan manteniendo su fuerza inspiradora y renovando su vigencia en pleno siglo XXI. Y es que por mucho que la tecnología transforme nuestro mundo, y cada vez a mayor velocidad, las obras clásicas siguen apelando a las preocupaciones esenciales de la existencia humana, que apenas han cambiado desde que los griegos antiguos las convirtieron en los temas centrales de su literatura y su pensamiento.


sábado, 28 de septiembre de 2019

Una versión diferente en cómic de la leyenda de Troya

Llevamos casi diez años publicando en ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ reseñas sobre comics inspirados en la leyenda troyana. Algunas de esas entradas se cuentan entre las más leídas del blog. Por aquí han pasado, sobre todo, adaptaciones de la Odisea: el clásico de Pérez Navarro y Martín Saurí, que data de los años ochenta; una versión destinada al público escolar; la serie de tres volúmenes titulada Ulises, del francés Sébastien Ferran, y un tomo de Clásicos Ilustrados Marvel con guion de Roy Thomas. La Ilíada no ha atraído tanto la atención del mundo de la historieta, pero en su día comentamos la adaptación de Marvel y una versión manga de la Ilíada y la Odisea en un solo volumen. Más allá de los poemas homéricos un par de comics han pretendido abarcar el ciclo troyano completo: La guerra de Troya, que cierra la trilogía sobre el tema firmada por Roy Thomas para Marvel, y La Edad de Bronce, un ambicioso proyecto inconcluso de Eric Shanower.

En general todas estas obras siguen fielmente la versión tradicional del mito y lo adaptan con mayor o menor fortuna al lenguaje del cómic. Pero hoy nos ocupamos de una obra con un planteamiento diferente. Sus autores se sirven de los personajes y situaciones de la leyenda troyana para construir un argumento novedoso. Se trata de la serie Troya, con guion de Nicolas Jarry y dibujos de Erion Campanella Ardisha, publicada en español por Yermo Ediciones en dos volúmenes.



En el primer episodio, titulado El pueblo del mar, arrancan los hilos argumentales que se irán desarrollando a lo largo de la obra. Hécate, una misteriosa mujer hija de la Luna, acude al oráculo de Delfos para consultar a la Pitia sobre el enfrentamiento que se está gestando entre Zeus y su padre Cronos. Entretanto, Aquiles con sus mirmidones intenta conseguir armas de hierro en Egipto y busca a Tindáreo, el rey de Esparta, con el que trama una alianza para oponerse al poderoso Agamenón. Pero Tindáreo y su ejército han sido aniquilados por una fuerza misteriosa, que ha dejado el campo de batalla cubierto de cenizas negras. La misma amenaza se cierne desde el este sobre el imperio hitita, por lo que su rey decide solicitar la ayuda del faraón de Egipto.

Es normal que en este tipo de obras el rigor arqueológico y filológico quede en un segundo plano y se puedan colar en una historia ambientada en el siglo XIII a.C. elementos arquitectónicos y de cultura material propios de épocas posteriores. Al fin y al cabo el mismo Homero tenía sus dudas sobre cómo podían los héroes de sus poemas combatir desde carros tirados por caballos. Pero en este caso las alarmas saltan desde la primera página, cuando vemos una recreación de la Acrópolis de Atenas de época clásica para ilustrar lo que se supone que es el oráculo de Delfos. Llama también la atención encontrar cúpulas y minaretes en las ciudades de Egipto y del imperio hitita, o una representación de Anubis y una especie de minotauro egipcio en la tumba de Tindáreo en Esparta.





Pero dejemos a un lado de momento los escrúpulos arqueológicos para que la trama siga su curso. Tras la muerte de Tindáreo su hija Helena es coronada como reina de Esparta. A la ceremonia acuden los principales reyes de Grecia y dos jóvenes príncipes de Troya, Paris y Héctor. La nueva reina se verá obligada a renunciar a su amor por Aquiles para ceder ante las razones de estado. Podemos comprobar cómo los principales personajes del ciclo troyano van apareciendo en el cómic, pero las piezas se encajan de manera diferente para conformar un puzle totalmente nuevo.



Más allá de intrigas políticas y alianzas matrimoniales el complot orquestado por Cronos para arrebatarle el poder a Zeus va tomando forma. Los misteriosos ejércitos que atacan el imperio hitita están a su servicio, al igual que las Erinias, unas siniestras guerreras que intentan intervenir en los asuntos de los hombres. Hécate, conocedora de los planes de Cronos, va en busca del centauro Quirón. A ellos se unirá Aquiles, rechazado por Helena. Entre los tres tratarán de encontrar la manera de frenar el avance de las fuerzas de Cronos en El secreto de Talos, el segundo capítulo de la serie.



Por su parte, Helena decide seducir a Paris para escapar del matrimonio con el malvado Menelao. En el tercer capítulo, Los misterios de Samotracia, los dos amantes llegan a Troya, mientras que Hécate, Quirón y Aquiles se dirigen a la isla de Samotracia para consultar a la Gran Madre. En una nueva licencia arqueológica de los autores las monumentales estatuas que aparecen a la entrada del santuario están inspiradas en la cultura precolombina.



Tras la huida de Helena, los griegos que siguen a Agamenón emprenden los preparativos para navegar hacia Troya, pero no encuentran vientos favorables. Las oscuras fuerzas que mueven los hilos de los acontecimientos exigen el sacrificio de Ifigenia, la hija de Agamenón. A estas alturas del cómic ya nos vamos acostumbrando a que los elementos de la leyenda original se traten de una forma novedosa al insertarse en la trama.



En el último capítulo, Las puertas del Tártaro, todas las líneas argumentales convergen y los protagonistas principales acuden a la ciudad de Troya: el rey hitita, que a lo largo de la historia ha intentado poner a salvo a su pueblo con ayuda de los egipcios; el ejército griego, comandado por Agamenón, y el trío formado por Hécate, Quirón y Aquiles, que en las costas de Troya se reúnen con Patroclo y los mirmidones. Aparece por fin Cronos en escena, pero no con el aspecto con el que había sido presentado ocasionalmente a lo largo de la obra, cuando se hacía alusión a sus luchas pasadas, sino caracterizado como un típico villano de Marvel, con barba de varios días.




Llega el momento de la lucha final en torno a Troya y encontramos los personajes y episodios conocidos: la muerte de Patroclo, el combate entre Héctor y Aquiles, el caballo que libera a las fuerzas enemigas en el interior de la ciudad... Pero, como hemos dicho más arriba, esas mismas piezas, cambiadas de orden y con elementos nuevos, conformarán un cuadro completamente diferente al transmitido tradicionalmente.


En general la serie es un tanto irregular, con pasajes brillantes y otros más convencionales, tanto en el dibujo como en el guion. He de confesar que he experimentado sensaciones encontradas mientras leía Troya. Al principio desconcierto y, a veces, hasta indignación por las recreaciones de algunos escenarios y determinadas licencias del argumento; decepción también porque un episodio tan significativo como el combate entre Héctor y Aquiles se resuelva en apenas tres viñetas. Pero reconozco, por otro lado, la libertad de todo creador para innovar a partir del material transmitido y, en este sentido, los autores consiguen un resultado francamente original. La historia, con sus titubeos iniciales, con sus luces y sus sombras, termina por funcionar y logra enganchar al lector.

sábado, 27 de abril de 2019

Cántame un mito


Desde hace varios cursos viene funcionando en el instituto una emisora de radio, OndAirén, abierta a la participación de toda la comunidad educativa. Los programas se emiten durante los recreos, pero se pueden escuchar en cualquier momento gracias al blog de OndAirén y a su cuenta en ivoox.
Nuestra compañera Sagrario Patón, profesora de inglés, es la actual responsable de la emisora y ha organizado un taller de radio educativa, en el que nos ha animado a colaborar. Desde la clase de griego de 1º de Bachillerato hemos participado con un programa al que hemos titulado Cántame un mito. Aprovechando que estábamos trabajando sobre las leyendas y los personajes relacionados con la guerra de Troya, hemos seleccionado algunos de los episodios más conocidos para resumirlos en antena, y hemos buscado canciones de diversos estilos relacionadas con ellos. El resultado se puede escuchar a continuación.

jueves, 1 de junio de 2017

Viaje a Ítaca (y VI)

Έτσι σοφός που έγινες, με τόση πείρα,
ήδη θα το κατάλαβες η Ιθάκες τι σημαίνουν.

Tan sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
ya comprenderás qué significan las Ítacas.

Seguimos a la búsqueda de los escenarios de la Odisea, esta vez en la parte sur de la isla. La carretera que sale de Vathy se va estrechando a los pocos kilómetros hasta convertirse en un camino de tierra, cada vez más impracticable. A nuestra izquierda la ladera cae en pronunciada pendiente hacia el mar. No se distingue ningún lugar apropiado para aparcar el coche o intentar dar la vuelta. Por suerte un poco más adelante se abre una explanada despejada de vegetación. Echamos a andar por la pequeña planicie de Marathias y nos topamos con unos cercados para ovejas y cabras. Perezosamente salen a nuestro encuentro unos perros que ladran por instinto, no porque tengan como misión ahuyentar a ningún extraño. Aquí debió de estar la majada de Eumeo, el lugar al que se dirigió Odiseo por indicación de Atenea después de llegar a Ítaca .
Llégate primero al porquerizo, al guardián de tus puercos, que te quiere bien y adora a tu hijo y a la prudente Penélope. Lo hallarás sentado entre los puercos, los cuales pacen junto a la roca del Cuervo y la fuente Aretusa, comiendo abundantes bellotas y bebiendo agua turbia, cosas ambas que hacen crecer en ellos la floreciente grosura.
La roca del Cuervo es un cortado que cae en vertical hacia la costa. Según la leyenda un cazador llamado Kórax (cuervo) se habría despeñado por aquí. Su madre Aretusa, a causa del dolor, habría sido convertida en un manantial. Nos asomamos para ver la pared e intentamos descender hasta la fuente, que se halla a sus pies, pero el terreno es abrupto y peligroso.


Desandamos el camino y tomamos de nuevo el coche hasta donde la pista de tierra da paso al asfalto. A la derecha una indicación señala el inicio del sendero que conduce a la fuente de Aretusa. Empezamos a descender por un camino flanqueado por una tupida vegetación de arbustos en flor. El calor aprieta, pero las vistas de nuevo nos sobrecogen. La pequeña bahía de Ligia se halla a nuestros pies. Un velero solitario echa el ancla junto a la costa. Nos llega el ruido de las voces y los chapoteos de sus tripulantes que toman un baño.


En este paraje desembarcó Telémaco para evitar la emboscada de los pretendientes, que le esperaban a su regreso del continente, tal y como le había advertido Atenea.
Los más conspicuos de los pretendientes se emboscaron, para acechar tu llegada, en el estrecho que media entre Ítaca y la escabrosa Samos, pues quieren matarte cuando vuelvas al patrio suelo; pero me parece que no sucederá así y que antes sepultará la tierra en su seno a algunos de los pretendientes que devoran lo tuyo. Por eso haz que pase el bien construido bajel a alguna distancia de las islas y navega de noche, y aquel de los inmortales que te aguarda y te protege enviará detrás de tu barco próspero viento. Así que arribes a la costa de Ítaca, manda la nave y todos los compañeros a la ciudad, y llégate ante todas las cosas al porquerizo, que guarda tus cerdos y te quiere bien.
Continuamos el descenso hasta llegar a los pies de la roca del Cuervo. Allí, en una oquedad de la pared, se encuentra la fuente, actualmente sin agua.


Nuestra intención es seguir bajando hasta la playa, para recobrarnos del calor con un chapuzón y reponer fuerzas con un bocadillo a la orilla del mar, pero la vegetación es demasiado espesa y no acertamos a encontrar la senda que lleva hasta allí. Nos tenemos que conformar con tomar un tentempié a un lado del camino, disfrutando, eso sí, de un magnífico panorama.


De nuevo en el coche nos dirigimos a Perachori, una bonita localidad emplazada en la montaña que domina Vathy por el sur. Como no hemos podido refrescarnos por fuera en la playa, nos refrescamos por dentro en un kafenío del pueblo. La dueña nos recomienda el paseo a Paleochora, la antigua capital de la isla, que fue abandonada después de que en el siglo XVIII el centro administrativo se trasladara a la costa. Aparte de alguna iglesia que se sigue utilizando como ermita, solo quedan los cimientos de las antiguas edificaciones, que se distinguen a duras penas entre la vegetación. El camino ofrece unas vistas espléndidas sobre Vathy, la actual capital.


Si siguiéramos caminando llegaríamos hasta la cueva de las ninfas, por encima de la bahía de Dexia, pero nos hemos quedado con las ganas de un baño en el mar. Así que decidimos regresar y conducir hasta la pequeña playa de Loutsa, cerca de donde nos alojamos. Allí nos zambullimos por fin en las refrescantes aguas del Jónico, mientras el sol empieza a ponerse por el otro extremo de la bahía.




Al día siguiente debemos abandonar la isla y tomar el barco que nos lleva de vuelta al continente. Ítaca nos ha regalado un hermoso viaje. No nos ha engañado. Más bien no ha dejado de sorprendernos. No es ni mucho menos pobre, sino rica por sus paisajes, por su historia y, sobre todo, por sus gentes. Una isla que sigue conservando su esencia, alejada del turismo de masas, a pesar del magnetismo que ejerce su nombre.
Pero Ítaca no es el final del viaje, no es ese su significado. Tampoco lo fue para Odiseo que, tras matar a los pretendientes, tuvo que partir de nuevo con un remo al hombro en busca de los hombres que nunca vieron el mar. Cuando se llega al anhelado destino, siempre se presenta un nuevo horizonte que descubrir. No hay una sola Ítaca, sino muchas, y pobre del que se quede sin una Ítaca que alcanzar. La vida es un continuo viaje, aunque no siempre sea necesario moverse del sitio para volar. Algunos de los mejores viajes se emprenden con las alas de la imaginación. Como el más hermoso viaje jamás contado, el que nos ha traído hasta Ítaca, el que empieza con estas palabras: 

ἄνδρα μοι ἔννεπε, μοῦσα, πολύτροπον, ὃς μάλα πολλά
πλάγχθη, ἐπεὶ Τροίης ἱερὸν πτολίεθρον ἔπερσεν·
πολλῶν δ' ἀνθρώπων ἴδεν ἄστεα καὶ νόον ἔγνω...

Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio, que larguísimo tiempo
anduvo peregrinando, después de destruir la sacra ciudad de Troya,
vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres... 


domingo, 28 de mayo de 2017

Viaje a Ítaca (V)

Κι αν πτωχική την βρεις, η Ιθάκη δεν σε γέλασε.

Aunque la encuentres pobre, Ítaca no te engañó.

Puede que Homero nunca estuviera en Ítaca, que los lugares que describe en la Odisea sean producto de su imaginación. Hay quien piensa que no pudo ser el autor de la Odisea, que él mismo es un personaje de ficción. Otros han sostenido incluso que la isla de Odiseo no es la actual Ítaca, sino la cercana Léucade. Sea como fuere Ítaca no es una isla más del Jónico, es ya para siempre un paisaje literario, el único elemento de la Odisea, aparte de sus versos inmortales, que permanece prácticamente igual después de dos mil setecientos años. La belleza de sus paisajes se carga de significados nuevos cuando el viajero los recorre buscando los escenarios donde el autor situó su historia. Quizás se trate de un ejercicio vano, porque es imposible identificar con certeza esos lugares, porque el mejor viaje es el que se realiza con la imaginación, pero produce una emoción especial releer algunos fragmentos de la obra en los parajes en los que supuestamente están ambientados.
Está en el país de Ítaca el puerto de Forcis, el anciano del mar, formado por dos orillas prominentes y escarpadas que convergen hacia las puntas y protegen exteriormente las grandes olas contra los vientos de funesto soplo, y en el interior las corvas naves, de muchos bancos, permanecen sin amarras así que llegan al fondeadero. Al cabo del puerto está un olivo de largas hojas y muy cerca una gruta agradable, sombría, consagrada a las ninfas que náyades se llaman.

A este sitio, que ya con anterioridad conocían, fueron a llegarse, y la embarcación andaba velozmente y varó en la playa, saliendo del agua hasta la mitad. ¡Tales eran los remeros por cuyas manos era conducida! Apenas hubieron saltado de la nave de hermosos bancos en tierra firme, comenzaron sacando del cóncavo bajel a Odiseo, con la colcha espléndida y la tela de lino, y lo pusieron en la arena, entregado todavía al sueño; y seguidamente, desembarcando las riquezas que los ilustres le habían dado al volver a su patria, gracias a la magnánima Atenea, las amontonaron todas al pie del olivo, algo apartadas del camino.


La pequeña bahía de Dexia es el lugar en el que los feacios depositaron a Odiseo dormido con sus riquezas. El primer paisaje de su añorada tierra que descubre al despertar, veinte años después de haber partido. Un islote cierra la bahía, al fondo se divisa el monte Nérito, el más alto de la isla. No hay sólo un olivo, sino varios a lo largo de la pequeña playa de guijarros blancos. A través del agua cristalina se distinguen las manchas negras y punzantes de los erizos de mar. Un pequeño embarcadero y no más de cinco o seis casas dispersas por la ladera. El lugar transmite una paz absoluta, como si no quisiera despertar a su rey, dormido en la playa después de tantos trabajos.




Según cuenta Pedro Olalla en su Atlas Mitológico de Grecia, hasta el siglo XVIII existió una cueva junto a la orilla, donde Odiseo habría escondido sus riquezas con ayuda de Atenea, pero fue destruida para obtener materiales de construcción. Unos dos kilómetros hacia el interior hay otra cueva donde los arqueólogos han encontrado ofrendas a las ninfas. Actualmente está cerrada por riesgo de desprendimientos, pero merece la pena acercarse hasta ella para disfrutar de unas espléndidas vistas de la bahía.



Siguiendo la carretera hacia el norte atravesamos el istmo que une las dos mitades de la isla. Ganamos altura rápidamente ascendiendo por las laderas del monte Nérito. Después de unas curvas pronunciadas se abre a la derecha un terreno llano y despejado que algunos han identificado como el campo de Laertes. Este sería el lugar donde se produjo el encuentro de Odiseo con su anciano padre en una de las escenas más conmovedoras de la obra.




Odiseo, incansable embustero, no le revela inmediatamente su identidad a Laertes. Cuando al fin le dice que es su hijo, que ha vuelto tras veinte años de ausencia, el anciano desconfía y le pide una prueba que lo demuestre.
Si lo deseas, te enumeraré los árboles que una vez me regalaste en este bien cultivado huerto: pues yo, que era niño, te seguía y te los iba pidiendo uno tras otro; y, al pasar por entre ellos, me los mostrabas y me decías su nombre. Fueron trece perales, diez manzanos y cuarenta higueras; y me ofreciste, además, cincuenta leños de cepas, cada uno de los cuales daba fruto en diversa época, pues hay aquí racimos de uvas de todas clases cuando los hacen madurar las estaciones que desde lo alto nos envía Zeus.


La carretera sigue subiendo y un desvío a la izquierda nos lleva al monasterio de Kathara o de Panayía Kathariotisa, que se halla en uno de los puntos más elevados de la isla. En el interior del recinto encontramos a un parroquiano que barre el patio. Le preguntamos si hay monjes viviendo en el monasterio y nos contesta que el último que quedaba murió hace tan sólo un mes con más de noventa años. Él sigue viniendo a diario para mantener limpio el lugar. Desde el campanario, algo apartado del edificio principal, se disfruta un impresionante panorama del profundo puerto de Vathy y la parte sur de Ítaca.




Seguimos hacia el norte y atravesamos el pueblo de Anoyi, el más alto de Ítaca, en la ladera este del Nérito. Poco después la carretera desciende hacia Stavros, en cuyas proximidades se encuentra el paraje conocido como Escuela de Homero. Se trata de unos modestos restos arqueológicos, cubiertos por tablones de madera medio podridos, pero los últimos estudios parecen confirmar que aquí estaba el principal núcleo micénico de la isla.



Aunque las ruinas sean un tanto decepcionantes y difíciles de interpretar, resulta emocionante recorrerlas pensando que nos hallamos en el palacio de Odiseo, el lugar donde Penélope habría esperado pacientemente a su esposo soportando las insolencias de los pretendientes. Las vistas desde aquí no desmerecen a las de otras partes de la isla.


Después de tantas emociones hay que buscar un lugar para reponer fuerzas. Nos dirigimos al encantador pueblo de Kioni, uno de los lugares más hermosos de Ítaca. Allí en una taberna junto al mar nos sentamos a disfrutar del apacible ritmo de vida de este maravilloso rincón del Jónico.