Ha llovido mucho desde que, con una mochila a cuestas y 25 años menos a las espaldas conocí Pompeya. En ese mismo viaje visité Grecia por primera vez y llegué hasta Estambul, para regresar a España a través de una Yugoslavia que todavía no se había desmembrado por la guerra. Desde entonces no sólo han cambiado las fronteras de Europa, sino también la forma de viajar, aunque sigue existiendo el billete Interrail, que me permitió recorrer el sur de Europa en tren durante un mes en el verano del 90.
Esta Semana Santa he tenido ocasión de regresar a Pompeya en un viaje familiar, pasear de nuevo por sus calles, en las que parece que el tiempo se ha detenido, y entrar en las domus de los antiguos romanos, donde da la impresión de que sus moradores acaban de salir dejándose la puerta abierta. Pocas ruinas romanas sorprenden tanto como Pompeya, donde no sólo las viviendas, sino también los comercios y muchos edificios públicos se mantienen casi intactos.
Cualquier visita a Pompeya se quedaría incompleta sin recorrer las salas del Museo Arqueológico de Nápoles, donde se guardan buena parte de los objetos y obras de arte allí descubiertos, a las que se añaden las monumentales esculturas de la colección Farnese y los magníficos bronces de la Villa de los Papiros de Herculano.
Herculano no es tan grande como Pompeya, pero sus ruinas no son menos sorprendentes. En mi anterior viaje pasé de largo por su estación de ferrocarril, pero ahora no he perdido la ocasión de visitarlo. La erupción del Vesubio en el año 79 d. C. selló y sepultó la ciudad bajo más de 20 metros de material volcánico. Sólo unas cuantas manzanas de la antigua ciudad han salido a la luz, el resto se ha excavado parcialmente mediante túneles. Llama la atención la mayor altura de los edificios aquí conservados, en los que todavía se pueden ver las vigas y peldaños de madera carbonizada, o las rejas de las ventanas. El recorrido termina en los almacenes del puerto, donde yacen los esqueletos de unas 300 personas que dan testimonio de la magnitud de la tragedia allí ocurrida.
Como punto final de este apretado recorrido arqueológico he visitado también las evocadoras ruinas de Paestum, la antigua ciudad griega de Poseidonia, fundada en la región de Lucania, por colonos procedentes de Síbaris. Es sin duda uno de los yacimientos más interesantes de Italia con una extensa área excavada de viviendas y edificios públicos, y con sus tres magníficos templos dóricos, que despertaron la admiración de los viajeros románticos. Junto a las ruinas un completo museo exhibe los hallazgos de la zona, entre los que destaca la tumba del nadador, con esa enigmática figura que se zambulle en unas aguas que quizás simbolicen la eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario