δηρὸν γὰρ μάρναντο πόνον θυμαλγέ' ἔχοντες
Τιτῆνές τε θεοὶ καὶ ὄσοι Κρόνου ἐξεγένοντο,
ἀντίον ἀλλήλοισι διὰ κρατερὰς ὑσμίνας,
οἳ μὲν ἀφ' ὑψηλῆς Ὄθρυος Τιτῆνες ἀγαυοί,
οἳ δ' ἄρ' ἀπ' Οὐλύμποιο θεοί, δωτῆρες ἐάων,
οὓς τέκεν ἠύκομος Ῥείη Κρόνῳ εὐνηθεῖσα.
Pues largo tiempo luchaban con doloroso esfuerzo
los dioses Titanes y cuantos nacieron de Cronos,
unos contra otros en duros combates,
unos desde el alto Otris, los ilustres Titanes,
otros desde el Olimpo, los dioses dadores de bienes,
a los que engendró Rea de hermosa cabellera tras yacer con Cronos.
Hesíodo, Teogonía 629-634.
A vueltas entre el mito y la historia habíamos dejado a Heracles en nuestra anterior entrada agonizante e intentando aliviar sus dolores en las aguas de las Termópilas. Unos kilómetros más allá se abre a la izquierda el valle en el que estaba situada la ciudad de Traquis. Enfrente se alza el macizo del monte Eta. Hasta la cumbre de esta montaña ordena Heracles que transporten su cuerpo moribundo, que lo coloquen sobre una pira y que le prendan fuego mientras aún conserva la vida. Entonces Zeus, su padre, hace resonar un trueno y una nube se eleva desde la pira, culminando así la apoteosis del héroe, que a partir de ahora se contará entre los inmortales.
No tenemos tiempo de subir por los valles del Eta, pero desde la llanura observamos la línea del tren que serpentea encaramada a la base de las montañas. Se trata de la vía principal que une Atenas con Tesalónica. Nos acercamos al pequeño pueblo de Gorgopótamos, porque aquí tuvo lugar uno de los sabotajes más célebres de la Segunda Guerra Mundial. En noviembre de 1942 Grecia estaba ocupada por los alemanes que utilizaban sus vías férreas para transportar suministros hacia el sur con destino al ejército de Rommel, destacado en el norte de África. La ocupación alemana de Grecia fue brutal, pero aun así los griegos mostraron una fiera resistencia contra el invasor. Con la ayuda de miembros del servicio de operaciones especiales británico, los guerrilleros griegos consiguieron volar el viaducto que salvaba el barranco de Gorgopótamos. En las represalias posteriores los alemanes ejecutaron a varios miembros de la población local. Tras la guerra el puente fue reconstruido y hoy es considerado monumento nacional.
Desde Gorgopótamos nuestra ruta cambia de sentido. Nos dirigimos ahora hacia el este para bordear el golfo Maliaco. La isla de Eubea, omnipresente desde el inicio del viaje, vuelve a estar casi a tiro de piedra. A la izquierda de la carretera se levanta otra enorme montaña. Se trata del monte Otris, desde el que los Titanes, comandados por Cronos, se enfrentaron a Zeus y sus hermanos, que se habían hecho fuertes en la cumbre del Olimpo, bastantes kilómetros más al norte. La Teogonía de Hesíodo relata el violento combate de padres contra hijos, tíos contra sobrinos, luchando por hacerse con el gobierno del cosmos. En esta batalla primordial resuena el mar, se convulsiona la tierra, las montañas vibran desde su base, el estruendo llega hasta lo más profundo del Tártaro. Finalmente resultan vencedores Zeus y sus hermanos, que ejercerán su poder desde el Olimpo, mientras que la cima del Otris queda desierta de dioses.
Seguimos bordeando el macizo montañoso girando poco a poco hacia el norte, donde se extiende la gran llanura de Tesalia. Pasados unos kilómetros nuevas montañas se divisan a nuestra derecha: el monte Pelión, al que volveremos al final del viaje, y el monte Osa, escenario de otra batalla primigenia. Desde su cumbre los Gigantes intentaron el vano desafiar el poder de los dioses Olímpicos.
Entre el monte Osa y las estribaciones del sur del Olimpo se abre un estrecho valle por el que discurre el río Peneo. La moderna autopista atraviesa las montañas mediante larguísimos túneles, pero merece la pena desviarse por la antigua carretera para disfrutar del paisaje del valle de Tempe, plagado de referencias mitológicas. Fue aquí donde una flecha de Eros hirió el corazón de Apolo, que se sintió inmediatamente enamorado de la bella Dafne. Ella había sido herida a su vez por otra flecha con punta de plomo, que producía el efecto contrario. El dios persigue a la ninfa que intenta escapar por todos los medios. Cuando está a punto de ser alcanzada invoca la ayuda de su padre, el dios río Peneo, que se compadece de ella y la transforma en el árbol del laurel. Hay varios aparcamientos a los lados de la carretera para contemplar las vistas del valle. Desde uno de ellos se puede cruzar el río por un puente peatonal que conduce a la ermita de Ayia Paraskeví. Las lluvias del invierno y de la primavera hacen que el Peneo fluya hoy con fuerza por el fondo del valle.
Otra célebre persecución amorosa tuvo lugar en estas orillas. Aristeo, hijo de Apolo y padre de Acteón, intentaba alcanzar a Eurídice, la esposa de Orfeo. Mientras huye por la espesura del bosque una serpiente muerde a la joven, que muere por efecto del veneno. Orfeo lamentó la pérdida de su amada con cantos tan conmovedores, que se le autorizó a descender hasta el mundo de los muertos para rescatarla, aunque, como sabemos, su impaciencia hizo que la perdiera para siempre. Volveremos a encontrarnos con Orfeo en otro momento de nuestro viaje. Pero no todo es mitología en este valle. Junto a la ermita un monumento recuerda a los guerrilleros griegos caídos en otro sabotaje contra un tren que transportaba tropas nazis durante la ocupación alemana.
A la salida del valle entramos en la región de Pieria, una división administrativa de Macedonia, limitada al oeste por el imponente Olimpo y al este por el Egeo. Nos volvemos a apartar de la ruta principal para ascender por una carretera sinuosa hasta Palaios Panteleímonas, un pequeño pueblo situado en las estribaciones del Olimpo. Aunque no llueve el cielo continúa cubierto y la montaña de los dioses nos oculta sus cumbres entre las nubes.
La mayoría de estos pueblos de montaña quedaron semiabandonados cuando su población empezó a emigrar a las grandes ciudades o se trasladó a la costa, aprovechando el desarrollo del turismo. Hoy en día Palaios Panteleímonas vuelve a resurgir gracias a la iniciativa de algunos artesanos y arquitectos que han restaurado las casas en ruinas o construido otras nuevas respetando el estilo tradicional. Nos lo cuenta un artesano mientras trabaja en su taller, que hace también las veces de tienda. Se ha trasladado aquí desde Tesalónica para montar su pequeño negocio, pero se ve obligado a residir en la costa, donde viven más niños y hay una escuela para su hija, servicios médicos, supermercados, etc. Excepto en períodos de vacaciones y en fines de semana Palaios Panteleímonas es un pueblo prácticamente desierto. Hoy es lunes. Paseando por sus calles encontramos tan solo un par de tiendas de recuerdos abiertas, un parroquiano que atraviesa la calle principal en ciclomotor y unos perros que sestean junto a la palza de la iglesia.
Todo el centro está ocupado por tiendas, bares y restaurantes que hoy están cerrados. En un soleado fin de semana de primavera el pueblo debe presentar un aspecto muy diferente, atestado de terrazas llenas de clientes y con los expositores de las tiendas invadiendo parte de la calle. Es el drama de tantos pueblos condenados a desparecer: para revivir tienen que vender su alma al turismo y renunciar a su modo de vida tradicional. Se convierten en pintorescos decorados, pequeños centros comerciales abiertos donde comprar algún recuerdo, comer platos típicos y sacar unas fotos. Es el precio que hay que pagar para no acabar abandonados y en ruinas.
Descendemos de nuevo hacia la costa disfrutando de unas magníficas vistas de la franja litoral que se extiende al este del Olimpo. Nos vamos a alojar un par de días en la localidad de Leptokaryá, en un pequeño hotel junto a la playa. Antes de llegar a la puerta la joven recepcionista sale a recibirnos con una sonrisa, haciendo gala de esa sincera hospitalidad con la que los griegos tratan a los visitantes. El nombre del hotel nos trae recuerdos del inicio de nuestro viaje.
A la mañana siguiente nos levantamos mirando al Olimpo, que sigue privándonos de la visión de sus cumbres, cubiertas de nubes. Tomamos la carretera que asciende desde la costa y, después de pasar por el pueblo de Litóchoro, nos adentramos en el corazón del macizo montañoso por la espectacular garganta de Enipeas.
La carretera termina en el paraje llamado Prionia. A partir de aquí más de seis horas de exigente caminata conducen a la cumbre del Olimpo. En esta época del año es necesario venir equipado para andar sobre la nieve y el hielo, así que nos conformamos con ascender tan solo un tramo del sendero hasta las fuentes del arroyo Enipeas. En el trayecto nos cruzamos con unos excursionistas españoles que nos advierten de la presencia de unos llamativos animales que se mueven torpemente entre la hojarasca y la tierra húmeda.
Veremos más salamandras a lo largo de la jornada. De momento volvemos sobre nuestros pasos para realizar otra ruta más asequible que desciende desde Prionia por el barranco de Enipeas. El recorrido alterna pinares, hayas y acebos, y discurre junto al arroyo, cruzándolo en varias ocasiones.
El sendero prosigue hasta Litóchoro, pero nosotros vamos a llegar solo hasta Άγιο σπήλαιο, la cueva santa, una oquedad en la pared de la que brota un manantial y en la que la tradición afirma que estuvo retirado San Dioniso, el primer monje que practicó el ascetismo en estas montañas. Una modesta capilla se levanta en el lugar en el que vivió el santo.
Cruzamos al otro lado del río para regresar a Prionia, pasando por el monasterio que fundó San Dioniso en el siglo XVI. Actualmente está siendo restaurado y no se puede visitar. Como tantos otros monasterios griegos fue siempre un foco de resistencia contra los invasores. Por eso lo atacaron los turcos en el siglo XIX y los alemanes en el XX.
Al atardecer regresamos a Leptokaryá, que tiene ese aire entre decadente y fantasmal de las localidades costeras fuera de temporada. Caminamos junto a la playa buscando algún local abierto donde cenar. La mole del Olimpo, omnipresente, sigue cubierta de nubes. Hemos venido hasta aquí tras las huellas de la mitología, pero hoy la belleza natural de los parajes que hemos recorrido ha hecho que nos olvidáramos por momentos de que estábamos paseando por la montaña de los dioses.
Otra célebre persecución amorosa tuvo lugar en estas orillas. Aristeo, hijo de Apolo y padre de Acteón, intentaba alcanzar a Eurídice, la esposa de Orfeo. Mientras huye por la espesura del bosque una serpiente muerde a la joven, que muere por efecto del veneno. Orfeo lamentó la pérdida de su amada con cantos tan conmovedores, que se le autorizó a descender hasta el mundo de los muertos para rescatarla, aunque, como sabemos, su impaciencia hizo que la perdiera para siempre. Volveremos a encontrarnos con Orfeo en otro momento de nuestro viaje. Pero no todo es mitología en este valle. Junto a la ermita un monumento recuerda a los guerrilleros griegos caídos en otro sabotaje contra un tren que transportaba tropas nazis durante la ocupación alemana.
A la salida del valle entramos en la región de Pieria, una división administrativa de Macedonia, limitada al oeste por el imponente Olimpo y al este por el Egeo. Nos volvemos a apartar de la ruta principal para ascender por una carretera sinuosa hasta Palaios Panteleímonas, un pequeño pueblo situado en las estribaciones del Olimpo. Aunque no llueve el cielo continúa cubierto y la montaña de los dioses nos oculta sus cumbres entre las nubes.
La mayoría de estos pueblos de montaña quedaron semiabandonados cuando su población empezó a emigrar a las grandes ciudades o se trasladó a la costa, aprovechando el desarrollo del turismo. Hoy en día Palaios Panteleímonas vuelve a resurgir gracias a la iniciativa de algunos artesanos y arquitectos que han restaurado las casas en ruinas o construido otras nuevas respetando el estilo tradicional. Nos lo cuenta un artesano mientras trabaja en su taller, que hace también las veces de tienda. Se ha trasladado aquí desde Tesalónica para montar su pequeño negocio, pero se ve obligado a residir en la costa, donde viven más niños y hay una escuela para su hija, servicios médicos, supermercados, etc. Excepto en períodos de vacaciones y en fines de semana Palaios Panteleímonas es un pueblo prácticamente desierto. Hoy es lunes. Paseando por sus calles encontramos tan solo un par de tiendas de recuerdos abiertas, un parroquiano que atraviesa la calle principal en ciclomotor y unos perros que sestean junto a la palza de la iglesia.
Todo el centro está ocupado por tiendas, bares y restaurantes que hoy están cerrados. En un soleado fin de semana de primavera el pueblo debe presentar un aspecto muy diferente, atestado de terrazas llenas de clientes y con los expositores de las tiendas invadiendo parte de la calle. Es el drama de tantos pueblos condenados a desparecer: para revivir tienen que vender su alma al turismo y renunciar a su modo de vida tradicional. Se convierten en pintorescos decorados, pequeños centros comerciales abiertos donde comprar algún recuerdo, comer platos típicos y sacar unas fotos. Es el precio que hay que pagar para no acabar abandonados y en ruinas.
Descendemos de nuevo hacia la costa disfrutando de unas magníficas vistas de la franja litoral que se extiende al este del Olimpo. Nos vamos a alojar un par de días en la localidad de Leptokaryá, en un pequeño hotel junto a la playa. Antes de llegar a la puerta la joven recepcionista sale a recibirnos con una sonrisa, haciendo gala de esa sincera hospitalidad con la que los griegos tratan a los visitantes. El nombre del hotel nos trae recuerdos del inicio de nuestro viaje.
A la mañana siguiente nos levantamos mirando al Olimpo, que sigue privándonos de la visión de sus cumbres, cubiertas de nubes. Tomamos la carretera que asciende desde la costa y, después de pasar por el pueblo de Litóchoro, nos adentramos en el corazón del macizo montañoso por la espectacular garganta de Enipeas.
Garganta de Enipeas |
La carretera termina en el paraje llamado Prionia. A partir de aquí más de seis horas de exigente caminata conducen a la cumbre del Olimpo. En esta época del año es necesario venir equipado para andar sobre la nieve y el hielo, así que nos conformamos con ascender tan solo un tramo del sendero hasta las fuentes del arroyo Enipeas. En el trayecto nos cruzamos con unos excursionistas españoles que nos advierten de la presencia de unos llamativos animales que se mueven torpemente entre la hojarasca y la tierra húmeda.
Veremos más salamandras a lo largo de la jornada. De momento volvemos sobre nuestros pasos para realizar otra ruta más asequible que desciende desde Prionia por el barranco de Enipeas. El recorrido alterna pinares, hayas y acebos, y discurre junto al arroyo, cruzándolo en varias ocasiones.
El sendero prosigue hasta Litóchoro, pero nosotros vamos a llegar solo hasta Άγιο σπήλαιο, la cueva santa, una oquedad en la pared de la que brota un manantial y en la que la tradición afirma que estuvo retirado San Dioniso, el primer monje que practicó el ascetismo en estas montañas. Una modesta capilla se levanta en el lugar en el que vivió el santo.
Cruzamos al otro lado del río para regresar a Prionia, pasando por el monasterio que fundó San Dioniso en el siglo XVI. Actualmente está siendo restaurado y no se puede visitar. Como tantos otros monasterios griegos fue siempre un foco de resistencia contra los invasores. Por eso lo atacaron los turcos en el siglo XIX y los alemanes en el XX.
Antiguo monasterio de San Dioniso |
Al atardecer regresamos a Leptokaryá, que tiene ese aire entre decadente y fantasmal de las localidades costeras fuera de temporada. Caminamos junto a la playa buscando algún local abierto donde cenar. La mole del Olimpo, omnipresente, sigue cubierta de nubes. Hemos venido hasta aquí tras las huellas de la mitología, pero hoy la belleza natural de los parajes que hemos recorrido ha hecho que nos olvidáramos por momentos de que estábamos paseando por la montaña de los dioses.
... ἥ γ' ἀνεδύσετο κῦμα θαλάσσης.
ἠερίη δ' ἀνέβη μέγαν οὐρανὸν Οὔλυμπόν τε.
εὖρεν δ' εὐρύοπα Κρονίδην ἄτερ ἥμενον ἄλλων
ἀκροτάτῃ κορυφῇ πολυδειράδος Οὐλύμποιο·
... Ella emergió de las olas del mar.
Temprano ascendió al ancho cielo y al Olimpo.
Encontró al Cronida de luenga mirada sentado aparte de los otros
en la más alta cumbre del Olimpo de muchas crestas.
Homero, Ilíada I, 496-499
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