DIDASKALOS

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domingo, 16 de junio de 2019

Tras las huellas del mito y la historia (IV): Filipo y Alejandro

 διδάξας οὖν αὐτοὺς περὶ τοῦ συμφέροντος
 καὶ παρορμήσας διὰ τῶν λόγων πρὸς τοὺς ἀγῶνας
θυσίας μεγαλοπρεπεῖς τοῖς θεοῖς συνετέλεσεν ἐν Δίῳ τῆς Μακεδονίας
 καὶ σκηνικοὺς ἀγῶνας Διὶ καὶ Μούσαις,
 οὓς Ἀρχέλαος ὁ προβασιλεύσας πρῶτος κατέδειξε

Tras mostrarles su utilidad y exhortarles con sus palabras al combate,
celebró magníficos sacrificios para los dioses en Díon de Macedonia,
y los certámenes teatrales en honor de Zeus y las Musas,
que había instituido Arquelao, quien reinó antes que él.

Diodoro Sículo, Biblioteca histórica, 17, 16, 3.

Díon, la ciudad sagrada de los macedonios, estaba situada a los pies del Olimpo, en la planicie que se extiende entre las montañas y el mar. Aquí se rendía culto a varias divinidades, principalmente a Zeus Olímpico y a las Musas, pero también a Deméter, Dioniso, Ártemis o Afrodita. El rey Arquelao instituyó a finales del siglo V unos juegos atléticos y teatrales que se celebraban periódicamente con una duración de nueve días. En época romana se estableció una próspera colonia de la que se conservan importantes restos. Actualmente Díon es un extenso parque arqueológico con dos zonas bien diferenciadas: los santuarios consagrados a los dioses y la ciudad, rodeada por una larga muralla. La visita al recinto se realiza por unos agradables senderos que permiten recorrer las ruinas, perfectamente integradas en la vegetación y en el paisaje. Llevamos ya tres días en la región del Olimpo, pero las nubes no nos han dejado divisar sus cimas. Poco después de franquear el edificio que da acceso al parque nos giramos para contemplar el panorama. Al fin se abre un claro entre las nubes y podemos disfrutar, por unos instantes, de la visión de las cumbres nevadas de la montaña de los dioses.


Entablamos conversación con un guía turístico que está esperando a un grupo de estudiantes. Al enterarse de que somos españoles nos cuenta que al día siguiente vuela hacia Málaga con otro grupo de adultos para visitar la Costa del Sol. A los griegos siempre les agrada encontrar extranjeros que hablen su lengua, pero cuando uno les explica que enseña además griego antiguo en un instituto de secundaria el asombro es mayúsculo. Casi todos reaccionan con un μπράβο!, esa expresión que ha tomado el griego del italiano para manifestar sorpresa y aprobación al mismo tiempo. Se sienten orgullosos de que su lengua, aunque sea en su forma antigua, sea tan apreciada más allá de sus fronteras.

Iniciamos la visita y, mientras estamos entretenidos leyendo un panel informativo, se acerca el grupo de jóvenes. Vienen desde Miconos y están realizando su viaje de estudios. El guía, antes de empezar la explicación, les comenta que enseño griego antiguo en un instituto de España. Los adolescentes y sus profesores me miran como si fuera un extraterrestre, al tiempo que se empiezan a escuchar varios μπράβο! Un tanto cohibido ante tanta admiración me veo obligado a improvisar unas palabras sobre las bellezas de la isla de Miconos, su museo arqueológico y las ruinas de Delos. Después de desearles un buen viaje proseguimos con nuestra visita.

Un riachuelo surge cerca de las ruinas del templo de Isis. Se trata del río Bafiras, asociado a la leyenda de Orfeo. Aunque la versión más extendida del mito afirma que el célebre músico murió en la región de Tracia, Pausanias recoge otra tradición que sitúa su muerte en las proximidades de esta ciudad de Díon. Las ménades, resentidas con Orfeo porque después de haber perdido a Eurídice rehuía el trato con ellas y no participaba en los rituales de Dioniso, lo asesinaron y despedazaron su cuerpo. Luego intentaron lavarse las manos ensangrentadas en las aguas del Helicón, que descendía desde el Olimpo. Pero el río no quiso ser cómplice de tan horrible crimen y ocultó su curso bajo tierra, para reaparecer precisamente aquí con el nombre de Bafiras.

El río Bafiras y el templo de Isis

Caminamos en paralelo al curso del río hasta llegar a los restos del altar de Zeus, el lugar más destacado del santuario, del que solo se conservan algunos sillares. En este recinto sagrado con vistas al Olimpo Filipo II de Macedonia celebró sus victorias militares, y su hijo Alejandro ofreció magníficos sacrificios al dios supremo, antes de iniciar su expedición a Asia.

El altar de Zeus con el Olimpo al fondo

Cerca del altar, entre los árboles, se distinguen los muros de un teatro de época romana. Un poco más allá, en campo abierto, se levanta el antiguo teatro griego. Estas modestas ruinas pueden presumir de ser el único teatro, junto con el de Dioniso en Atenas, que ha albergado el estreno de alguna obra de los tres grandes trágicos. En los últimos años de su vida Eurípides se retiró a la corte del rey Arquelao de Macedonia y, verosímilmente, representó aquí su obra perdida Arquelao y Las Bacantes. Ifigenia en Áulide, tragedia de la que hablamos al principio de nuestro viaje, también fue compuesta durante la estancia del autor en Macedonia, pero se estrenó póstumamente en Atenas.



Abandonando el espacio de los santuarios se entra en la ciudad propiamente dicha, que solo está excavada parcialmente. La mayoría de los restos son de época romana: unas magníficas termas, calles pavimentadas y lujosas mansiones. Después de recorrer las ruinas hay que acercarse al museo, situado en un amplio edificio fuera del parque, donde se conservan la mayoría de los hallazgos del yacimiento. Entre ellos destaca el gran mosaico que decoraba el triclinio de la llamada casa de Dioniso y un curioso instrumento musical, la hidraulis, precedente último del órgano, que utilizaba un mecanismo hidráulico ideado por Ctesibio de Alejandría para hacer pasar el aire por unos tubos de bronce.

Mosaico de la casa de Dioniso
Hidraulis de Díon

Al final de una mañana tan intensa de arqueología nada mejor que reponer fuerzas disfrutando de una típica comida griega en uno de los restaurantes que hay junto al museo. Desde aquí cogemos el coche para dirigirnos a nuestro próximo destino, unos kilómetros más al norte. Se trata de la localidad de Vergina, un tranquilo pueblo en el corazón de Macedonia, fundado en los años veinte para acoger a refugiados griegos procedentes de Asia Menor. En 1977 se produjo aquí uno de los descubrimientos más sorprendentes de la arqueología. Desde mediados del siglo XIX se habían sucedido las investigaciones en la zona en busca de los restos de la ciudad de Egas, la antigua capital del reino macedonio. Pero hubo que esperar a las excavaciones dirigidas por Manolis Andrónikos para que salieran a la luz las tumbas reales de Filipo de Macedonia y su familia, un hallazgo a la altura de los de Schliemann en Micenas o Howard Carter en Egipto.

Descubrimiento de la tumba de Filipo en las excavaciones de 1977

No hay muchos alojamientos en Vergina, ya que la mayoría de los visitantes vienen en excursiones de un día desde Tesalónica u otras localidades costeras. Nosotros nos vamos a alojar en un αρχοντικό, el equivalente griego de nuestras casas rurales. Una joven empleada nos abre la puerta, pero enseguida aparece la dueña del establecimiento, la Κυρία Αγγελική, una entrañable y bulliciosa anciana que vive en la planta baja de la casa. Antes de realizar cualquier trámite y darnos las llaves de nuestras habitaciones nos invita a sentarnos en la salita para agasajarnos con unos dulces, interesarse por nuestro viaje y entablar una agradable conversación de bienvenida.

A la mañana siguiente tendremos ocasión de comprobar que todo lo que derrocha en simpatía y hospitalidad nuestra anfitriona lo ahorra en calefacción. Somos los únicos huéspedes y nos recibe en el salón-cocina de su casa para ofrecernos un más que generoso desayuno. Ella va bien abrigada con un forro polar, pero nosotros, en mangas de camisa tenemos un poco de frío. A pesar de su cálida conversación y de que improvisa un obsequio para cada uno de nosotros, estamos deseando subir a la habitación para coger una prenda de abrigo. Una vez recuperadas las fuerzas y el calor nos disponemos a visitar el Museo de las tumbas reales de Egas. Es un edificio nuevo que respeta el emplazamiento original de las tumbas y se ha cubierto de tierra para simular el aspecto primitivo del túmulo. En la explanada de entrada hay varios grupos de niños y jóvenes. Estamos en la semana anterior a las vacaciones de Pascua, un período apropiado para las excursiones escolares.

Entrada al Museo de las tumbas reales de Egas

Dentro del museo está prohibido hacer fotografías, así que las que ilustran esta entrada a partir de ahora están tomadas de internet. Nada más franquear el control de acceso llama la atención la oscuridad que reina en el interior, invitando al visitante a tomar conciencia de que accede al espacio de los muertos, al reino de Hades. En contraste, las piezas expuestas están perfectamente iluminadas. Nos recibe una colección de estelas funerarias, algunas en relieve, otras pintadas, que se reutilizaron como relleno del túmulo.


Siguiendo el sentido de la visita nos encontramos con la llamada tumba de las columnas exentas, posterior a la de Filipo, que perteneció a un personaje lo suficientemente importante como para ser enterrado junto a las tumbas reales. Desgraciadamente el enterramiento fue saqueado en la Antigüedad, al igual que la tumba en forma de cofre situada un poco más allá. Aquí se encontraron los restos de un recién nacido y una mujer, que se ha identificado con Nicesípolis, la quinta esposa de Filipo. Lo que no pudieron llevarse los saqueadores fueron las magníficas pinturas que decoraban las paredes de la tumba, uno de los pocos ejemplos que conservamos de la pintura griega antigua. Tres de los muros estaban decorados con escenas que representan el episodio del rapto de Perséfone. En una de las paredes el dios de los muertos rapta a la hija de Deméter en presencia de Hermes, en otra aparece la diosa entristecida por la perdida de su hija, y en la tercera se distingue a las tres Moiras que tienen en sus manos el destino de los hombres. Supongo que por motivos de conservación no se puede acceder al interior de la tumba, así que hay que conformarse con contemplar las pinturas en una fiel reproducción que se expone en el museo.


La siguiente sección está dedicada a la tumba de Filipo II de Macedonia. Unas escaleras descienden hasta la fachada monumental, cuya visión sobrecoge al visitante. En torno a la puerta de mármol dos semicolumnas y un friso dórico que conserva su policromía original. En lo alto otro friso con una escena pintada de cacería, tan del gusto de la realeza macedonia, en la que se ha querido identificar a Filipo y a Alejandro entre los personajes.


Hay que volver a subir las escaleras para recrearse, en la sala principal del museo, en todos los tesoros que se encontraron tras la puerta de mármol que sellaba la tumba. Después de su cremación los restos del rey fueron depositados en un cofre de oro, sobre el que se colocó una corona de roble también dorada. Todo ello se introdujo en un sepulcro de mármol que se hallaba en la sala principal de la tumba. En la antecámara otro sepulcro de mármol, con su cofre y su corona de oro, contenía los restos de otra esposa de Filipo, la princesa tracia Meda, quien, según las costumbres de su pueblo, se suicidó para acompañar a su esposo al Hades. Sobre los sepulcros se colocaron unos magníficos lechos de banquete, adornados con oro, marfil y piedras preciosas. En la estancia principal se encontró la lujosa armadura del rey, decorada con apliques de oro, junto al yelmo, la espada y el escudo, en cuyo centro se representaba en márfil la lucha entre Aquiles y Pentesilea. Esparcidos por el suelo o apoyados en los muros se hallaron los recipientes y utensilios de bronce utilizados en el baño ritual del difunto, y los restos de la pira funeraria.

Sala principal del museo

Cofre y corona de Meda

Resulta impresionante la cantidad y calidad de los objetos que se enterraron con el rey macedonio. Pero quizás lo que más llama mi atención son dos cabezas de marfil de poco más de tres centímetros. Se han identificado como fieles retratos de Filipo y Alejandro. Yo los he visto reproducidos muchas veces en libros de arte, vídeos y páginas de internet, pero no podía imaginarme que fueran tan pequeñas y que formaran parte del conjunto de figuras que decoraba uno de los lechos funerarios.



El museo depara aún una nueva sorpresa al visitante, otra tumba monumental que conserva prácticamente intacta su fachada y su policromía. Aquí fue enterrado Alejandro IV, el infortunado hijo de Alejandro y Roxana, a quien Casandro ordenó asesinar. Los objetos encontrados en el interior de la tumba se exponen en la última sección del museo.

Tumba de Alejandro IV

Un tanto aturdidos todavía por la magnificencia de los hallazgos de estas tumbas reales salimos al exterior, desde la penumbra del Hades a un mediodía luminoso de primavera, del mundo de los muertos al de los vivos. En la parte alta de la ciudad de Egas, sobre una extensa terraza que domina el paisaje circundante, Filipo mandó construir su palacio, un edificio que sirvió de modelo para las residencias de los monarcas helenísticos. Se encuentra cerrado al público, porque se están llevando a cabo labores de restauración y acondicionamiento, pero nos han dicho que en horario de trabajo los operarios permiten a los visitantes echar un vistazo desde fuera. Subimos por un camino de tierra hasta una explanada donde están aparcados varios coches, camiones y furgonetas. Un vigilante nos advierte de que no se pueden hacer fotografías y nos conduce hasta un pequeño andamio, desde el que se divisa la parte principal del palacio, en la que se afanan arqueólogos, restauradores y albañiles. Nos quedamos con ganas de pasear por los patios y contemplar los mosaicos que decoran las habitaciones, pero lo tendremos que dejar para otra ocasión. Descendemos de nuevo por el camino y nos fijamos con más atención en las modestas ruinas del teatro que había en la ladera, a los pies del palacio. Aquí tuvo lugar un suceso que cambió el curso de la historia del mundo antiguo. Mientras se celebraba la boda de Cleopatra, una hija de Filipo, el rey fue asesinado por un miembro de su escolta. En la confusión posterior al crimen el asesino fue ejecutado y Alejandro proclamado rey de los macedonios. Estas gradas, que hoy permanecen mudas al otro lado de la verja que nos impide acceder a ellas, fueron testigos de esos acontecimientos.

Palacio de Filipo en Egas

Teatro de Egas

De vuelta a nuestro alojamiento para descansar un rato me paro a conversar con la señora Anguelikí sobre nuestras visitas de la mañana. Me muestra con orgullo una vitrina que preside el salón de su casa en la que guarda reproducciones de diversos objetos relacionados con Filipo y Alejandro. Habla con emoción del sufrimiento del hijo que tuvo que contemplar cómo asesinaban a su padre en el teatro que acabamos de ver. Para que no merme su admiración por Alejandro me ahorro comentarle las sospechas de que él mismo pudiera estar implicado en el complot. Me enseña después una placa en la que está inscrito el juramento que Alejandro habría hecho en la ciudad babilonia de Opis, abogando por la igualdad de todos los hombres, sin distinción de raza u origen, medidos tan solo atendiendo a su virtud. Para ella Alejandro es casi un santo, un precursor de las ideas de Cristo. En realidad este supuesto juramento es invención de un autor decimonónico que lo incluyó en una novela histórica sobre el macedonio que tuvo cierta difusión en Grecia. La actitud de nuestra anfitriona es una muestra del magnetismo que sigue ejerciendo la figura de Alejandro, exaltada por el nacionalismo griego más allá de su dimensión histórica.

Siguiendo las huellas de Alejandro visitamos por la tarde otro lugar realmente emotivo a unos kilómetros de Vergina, el Ninfeo de Mieza. Aquí un Alejandro adolescente, antes de convertirse en rey y dar inicio a su leyenda, recibió durante dos años, junto con otros jóvenes de la nobleza macedonia, las enseñanzas de Aristóteles, el filósofo con cuyo rastro nos encontramos en Calcis al principio de nuestro viaje. Una estatua del estagirita se alza cerca del lugar donde aparcamos el coche.


Hay que caminar unos metros junto a un río, en medio de una vegetación exuberante, para llegar al Ninfeo, un espacio consagrado inicialmente a las ninfas que eran adoradas en unas cuevas excavadas en la roca. En torno a ellas se levantaron pórticos y otras construcciones. Todavía hoy se pueden distinguir en la roca originaria las marcas de la techumbre de los edificios. No cuesta imaginar al filósofo impartiendo sus enseñanzas mientras pasea con sus escogidos discípulos, o se sientan en los bancos de piedra.




Después de recrearnos en este idílico paraje todavía tenemos tiempo de acercarnos al antiguo teatro de Mieza. El mar tenía que ser visible desde aquí hace dos mil trescientos años, cuando los sedimentos fluviales no habían cubierto la llanura que se extiende ante nosotros. Sentados en las gradas, mientras el sol va poniéndose a nuestras espaldas, dirigimos la mirada hacia el este. Es el mismo paisaje que debió contemplar Alejandro con trece o catorce años, sin sospechar quizás que, poco después, sus pasos le llevarían en esa dirección hasta los confines del mundo conocido por los griegos.



Σχολὴν μὲν οὖν αὐτοῖς καὶ διατριβὴν τὸ περὶ Μίεζαν Νυμφαῖον ἀπέδειξεν,
ὅπου μέχρι νῦν Ἀριστοτέλους ἔδρας τε λιθίνους καὶ ὑποσκίους περιπάτους δεικνύουσιν.

Así que les concedió como escuela y lugar de estudio el Ninfeo junto a Mieza,
donde todavía ahora se muestran los asientos de piedra de Aristóteles y sus paseos a la sombra.

 Plutarco, Alejandro 7, 3.

2 comentarios:

  1. ¿Cómo estoy disfrutando con tu viaje tras las huellas del mito y la historia! Sobre todo con el relato y también con las fotos. Gracias por estas entradas y por el blog en general. Acabo de leer Grecia para todos, de Carlos García Gual y he recordado varias cosas que salen en el libro. Enhorabuena y un saludo.
    Juan R.

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    1. Muchas gracias, Juan, por tu amable comentario. Espero que disfrutes también con la última entrega, que publicaré en breve. Para mí Grecia siempre es fuente de inspiración. Hace ya dos meses que realicé el viaje, pero ponerlo por escrito y compartirlo con los lectores del blog me permite volver a vivirlo con otra perspectiva, e incluso descubrir cosas que me habían pasado desapercibidas sobre el terreno.
      Un saludo.

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