Acabo de leer Viaje a la Grecia antigua de Cesare Brandi, un libro de cuya aparición nos hicimos eco en ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ hace ya algunos meses. El libro está publicado por la editorial barcelonesa Elba y cuenta con una introducción de José Francisco Yvars. La traducción del italiano corre a cargo de Carmen Artal.
Cesare Brandi (Siena 1906-1988) fue un crítico e historiador del arte, responsable durante varios años de la restauración de los bienes culturales italianos, y dedicado más tarde a la docencia universitaria. Entre abril y mayo de 1954 realizó un viaje a Grecia y visitó los yacimientos arqueológicos más emblemáticos del país: los palacios cretenses, la Acrópolis de Atenas, Sunión, Delfos, Mistra, Micenas y Olimpia. Fruto de aquel viaje es este libro, en el que Brandi muestra sus conocimientos sobre el arte antiguo y una especial sensibilidad ante el paisaje magnífico de Grecia. Las opiniones del profesional de la restauración no rehuyen la polémica y es especialmente crítico con el trabajo de Evans en Cnosos o con la anastilosis de algunas columnas del Partenón. Pero las páginas más brillantes del libro son aquellas en las que el autor se deja llevar por las impresiones que le provocan el paisaje y las obras de arte que contempla: el templo de Poseidón en Sunión, el auriga de Delfos, el Hermes de Olimpia, etc.
El interés de Brandi se centra sobre todo en el paisaje y en la arqueología (de ahí el título de Viaje a la Grecia antigua), pero ocasionalmente se cuelan en su relato personajes y escenas de la Grecia moderna: el ambiente cosmopolita del Pireo y sus pintorescos restaurantes, los pastores de las laderas del Parnaso, o unas monjas que guían al autor por las iglesias de Mistras.
En la segunda parte del libro, titulada Regreso a Grecia, se recopilan una serie de artículos publicados por Brandi en diversos medios entre 1966 y 1983. En ellos da cuenta de posteriores viajes a Grecia en los que, junto a algunos lugares mencionados en la primera parte, aparecen otros visitados por primera vez, como Eleusis o Santorini. Los dos últimos artículos se refieren a los célebres bronces de Riace, dos estatuas de guerreros encontradas en el fondo del mar junto a la costa de Italia.
Cesare Brandi
Para terminar, reproducimos por su especial interés un fragmento del libro, en el que Brandi da su opinión sobre el traslado de los mármoles del Partenón a Londres y reivindica su devolución a Grecia, antes incluso de que se lo planteara el propio gobierno griego. Recordamos que el libro es de 1954:
Pero no se puede dejar la Acrópolis sin recordar el estrago que de sus mármoles divinos se hizo en Londres, y que en Londres todavía se finge ignorar e incluso se intenta negar.
Tras el robo de Lord Elgin, los famosos mármoles arrancados del Partenón, reconocidos en su suprema esencia por Canova -porque fue tal la estupefacción que causaron que se creyeron falsos- se quedaron en el British Museum, como el bien más preciado de aquellas islas ofuscadas. Por lo que pareció indispensable realzar todavía más su valor, y enseguida aparece el mecenas que construye un ala nueva, adrede. Aquí es oportuno decir que lo único que se habría debido hacer no era cambiarlos de sitio en el Museo, sino devolvérselos a Grecia. Jamás un robo, como no sea el napoleónico, fue tan zafio y nefando. Pero lo que se empieza, se acaba, y por si no bastara con un hecho consumado, se remató con otro. Es decir, se decidió raspar los relieves del friso, las metopas, las estatuas de los frontones, porque mármoles viejos en una casa nueva desentonaban condenadamente.
Se rasparon los mármoles. Cosa que habría sido abominable siempre, pero dos veces abominable en este caso, porque aquellos mármoles llevaban una fina película de estuco, que había representado el acabado final y, en origen, también pintado.
Se rasparon el friso, las metopas: hasta quedar reducidos al bruñido de los water-closet. Cuando ya se disponían a atacar las demás esculturas de los frontones -Iris está a medio rascar- se dieron cuenta, con la debida flema, de la acción bestial que había sido perpetrada. ¿Qué se hizo entonces? Se decidió que no había pasado nada y que el estuco nunca había existido.
Esta elegante fábula enseña más cosas sobre la Inglaterra actual que todos los premios Nobel concedidos a Churchill. Pero, ¿por qué desde Grecia no se ha alzado una digna protesta? ¿Por qué este pobre pueblo, como sabe reclamar Chipre, no ha protestado por la afrenta infligida a la carne de su carne y no exige a grandes voces la devolución de un robo que nunca podrá juzgarse en los tribunales? Para Atenas, aquellos mármoles son más que para la Meca la tumba de Mahoma.
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