Acabo de leer el
Diccionario del amante de Grecia (
Dictionnaire amoureux de la Grèce) de Jacques Lacarrière (1925-2005). El libro está publicado en español por la editorial
Paidós con traducción de Godofredo González.
Jacques Lacarrière fue un gran conocedor y amante de Grecia, por la que empezó a apasionarse en su época de estudiante y de la que terminaría por enamorarse tras su primera visita en 1947. La relación especial del autor con Grecia está muy bien expuesta en su libro
Verano griego (
L'été grec), del que ya hemos hablado en otra ocasión en ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ.
A lo largo de su vida Lacarrière pasó largas temporadas en Grecia y recorrió en profundidad el país. Tradujo al francés una buena cantidad de obras griegas antiguas, medievales y modernas. Conoció personalmente a la mayoría de los autores vivos que tradujo, entre ellos dos premios Nobel, Seferis y Elitis. Escribió además numerosos artículos y colaboraciones sobre diversos aspectos de la cultura griega en revistas, catálogos de exposiciones, libros de arte, programas de teatro y un largo etcétera. Fruto de todo ese trabajo es el presente libro, publicado originalmente en 2001. El autor se decide a ordenar parte de ese material disperso dándole forma de diccionario. Un diccionario muy personal en el que un único motivo ha guiado la selección del contenido, según confiesa Lacarrière en el prólogo:
Sí, ha sido el amor -el amor de las palabras, de los lugares, de los objetos, de las ideas, de las imágenes, de los cantares, de los autores, de los amigos, de las amigas (mortales, ninfas o diosas) el que me ha dictado la selección de las entradas y su contenido.
Como se puede ver, las entradas del diccionario son de lo más diverso, desde lugares, obras de arte y objetos cotidianos a personajes históricos, mitológicos o literarios, pasando por palabras que se incluyen por su mera sonoridad o poder de evocación. Destaca a lo largo de la obra la presencia de los escritores modernos traducidos por Lacarrière. Es en esas entradas en las que el autor se extiende más y suele incluir una selección de textos del escritor reseñado. De esta manera el diccionario se convierte en una pequeña antología de la literatura griega moderna, aunque la traducción no siempre se hace directamente del griego al español, sino a partir de las versiones francesas de Lacarrière. A este respecto hay que llamar la atención sobre la discutible transcripción española de algunos nombres y términos griegos, debido seguramente a la interferencia del francés (Herodoto por Heródoto, combolú por komboloi, zebétiko por zebékiko, etc.)
A pesar de que el libro lleve el título de Diccionario, no estamos ante una obra de consulta. Es un inventario personal de afinidades que hay que leer seguido, o bien escogiendo los motivos que resulten más interesantes para cada uno. La variedad de los temas, las ilustraciones seleccionadas personalmente por el autor y, sobre todo, el cariño con el que están escritas las entradas hacen que las más de 600 páginas del libro resulten una lectura amena.
Quisiera terminar citando otro pasaje del prólogo, en el que el autor se sirve de una bella metáfora para referirse a la continuidad de la lengua griega a lo largo del tiempo. Corrobora la opinión que compartimos muchos de que el griego es un auténtico tesoro, con una rica historia ininterrumpida de más de 3500 años, digno de ser reconocido como patrimonio de la humanidad:
En este viaje a través del tiempo, los paisajes y las creaciones de la Grecia de antaño, de ayer y de hoy he podido constatar una vez más la admirable perennidad de la lengua griega. Desde los antiguos griegos a los poetas contemporáneos, desde los filósofos antiguos hasta los místicos bizantinos tuve la constante sensación de seguir la corriente de un río único e ininterrumpido. Sí, de navegar por un agua nutricia donde la presencia de la fuente se nota hasta en el estuario, como lo atestiguan ciertos pasajes de las obras de Elytis, Seferis o Sikelianós, donde se descubren con sorpresa y con encanto pepitas de griego antiguo insertas en los poemas actuales. La lengua griega fue siempre una lengua aurífera.