τὸν ὀνύμαξε τράφοισα Κένταυρον, ὃς
ἵπποισι Μαγνητίδεσσι ἐμίγνυτ' ἐν Παλίου
σφυροῖς, ἐκ δ' ἐγένοντο στρατός
θαυμαστός, ἀμφοτέροις
ὁμοῖοι τοκεῦσι, τὰ ματρόθεν μὲν κάτω, τὰ δ' ὕπερθε πατρός.
Lo crió y lo llamó Centauro, y él
se unió a las yeguas de Magnesia en las faldas
del Pelión, y surgió un pueblo
admirable, a ambos
progenitores semejante, a la madre por abajo, por arriba al padre.
Píndaro, Pítica II, 44-48
ἵπποισι Μαγνητίδεσσι ἐμίγνυτ' ἐν Παλίου
σφυροῖς, ἐκ δ' ἐγένοντο στρατός
θαυμαστός, ἀμφοτέροις
ὁμοῖοι τοκεῦσι, τὰ ματρόθεν μὲν κάτω, τὰ δ' ὕπερθε πατρός.
Lo crió y lo llamó Centauro, y él
se unió a las yeguas de Magnesia en las faldas
del Pelión, y surgió un pueblo
admirable, a ambos
progenitores semejante, a la madre por abajo, por arriba al padre.
Píndaro, Pítica II, 44-48
Es nuestra última mañana en Vergina y bajamos a desayunar, esta vez sí, bien abrigados. La κυρία Anguelikí nos colma de atenciones. Prepara una bolsa llena de provisiones, como si fuéramos a emprender un largo y peligroso viaje. Nos hace un regalo muy especial, una canción tradicional de buenos días, que debemos entonar varias veces hasta que la aprendemos. Nos pide que le escribamos y sale a la calle para despedirse mientras nuestro coche emprende la marcha. En realidad vamos a hacer un recorrido de poco más de 200 kilómetros, desandando parte del trayecto que nos ha traído hasta aquí. Volvemos a pasar a los pies del Olimpo, que sigue mostrándose esquivo, con sus cumbres cubiertas de nubes, y atravesamos de nuevo el valle de Tempe, labrado por las aguas del río Peneo. Penetramos en la llanura de Tesalia para desviarnos poco después hacia la izquierda, en dirección al monte Pelión, esa larga y escarpada lengua de tierra que separa el profundo golfo Pagasético del mar Egeo.
La montaña está salpicada de encantadores pueblecitos, encaramados en la ladera, con su arquitectura característica de casas cúbicas, gruesos muros y tejados a cuatro aguas. Nuestro primer destino son los pueblos de Portariá y Makrinitsa, los más turísticos de la zona, con muchas de sus casonas convertidas en hoteles y abundancia de tiendas, bares y restaurantes en las calles principales. Aprovechando el único terreno llano, la plaza principal se abre al horizonte. Un par de árboles de gigantescas copas sirven para darle sombra. Desde Makrinitsa las vistas del golfo de Pagasas son magníficas. A nuestros pies se extiende la ciudad de Volos, en la que nos vamos a alojar los últimos días de nuestro viaje.
Seguimos ascendiendo por la carretera hacia las alturas del Pelión. Según la mitología fue en esta montaña donde el impío Ixión se unió a una nube con la apariencia de Hera. Había sido enviada por Zeus para comprobar si se atrevía a consumar su sacrílega pasión. El fruto de esos amores fue Centauro, quien se apareó con las yeguas del Pelión y dio lugar a la estirpe de los seres mitad hombre, mitad caballo. En la más alta de las cumbres se alza hoy un repetidor y en otra se distinguen unas pistas de esquí, cubiertas todavía de nieve.
Iniciamos el descenso por la vertiente que mira al Egeo. La carretera serpentea y va perdiendo altura en una sucesión interminable de curvas. A los bosques de hoja caduca les suceden pequeñas parcelas con frutales, olivos, viñedos y huertos. El mar se divisa más abajo. Llegamos al pueblo de Zagorá, un caserío diseminado en varios barrios, cada uno con su plaza y su iglesia. Nos detenemos en la de Agios Georgios y damos un paseo para recobrarnos del mareo después de tantas curvas. Nos gustaría seguir bajando para explorar los pueblos de la costa, pero todavía queda un trecho de carretera sinuosa. Decidimos dar la vuelta hacia Volos. Mañana tendremos ocasión de descubrir otros rincones de esta hermosa montaña.
Volos es una ciudad moderna y cosmopolita, de amplias avenidas. La más concurrida es Αργοναυτών, el Paseo de los Argonautas, que discurre en paralelo al mar. La arteria principal por la que circula el tráfico rodado lleva el nombre de Ιάσονος, Jasón. Los nombres no son casuales, ya que Volos es la antigua Pagasas, el puerto desde el que zarparon los Argonautas, al mando de Jasón, en busca del vellocino de oro. La nave Argo se ha convertido en símbolo de la ciudad: decora una fuente en la entrada principal al centro urbano y su silueta está presente en todas las papeleras del municipio.
Nos alojamos en un luminoso y amplio apartamento con vistas a la montaña. El propietario es un agradable profesor de instituto jubilado que nos recibe con una hospitalidad menos bulliciosa que la de nuestra anfitriona de Vergina, pero igual de sincera. Pasamos un buen rato conversando sobre el pasado y el presente de Volos. Para cuando se marcha los rayos del sol han empezado a declinar. Desde la terraza tenemos una buena panorámica de las cumbres del Pelión.
El día siguiente está marcado en el calendario como uno de los más especiales de nuestras vacaciones. Vamos a viajar en el τρενάκι, el viejo ferrocarril de vía estrecha que unía Volos con los pueblos del Pelión. La línea, proyectada a finales del XIX, tenía previsto rodear la montaña y llegar a Zagorá, pero el trazado solo se completó hasta Miliés. Entre 1903 y 1971 el Μουτζούρης, el tiznado de hollín, como lo bautizaron cariñosamente los lugareños, cubrió puntualmente su recorrido. Con la llegada de las carreteras y el automóvil dejaría de funcionar hasta que se volvió a abrir con fines turísticos en 1996. Tan solo circula algunos fines de semana de primavera, así que hemos planificado el viaje para hacer coincidir nuestra estancia en Volos con este sábado de abril. En varios lugares de la ciudad se pueden observar tramos de la antigua vía con dos anchos diferentes: uno para los trenes regionales y otro más estrecho para el τρενάκι. Pero el Μουτζούρης ya no parte desde Volos, sino desde la estación de Ano Lechonia, un pueblo a poco más de diez kilómetros. Cuando llegamos el tren ya espera en el andén con la jefa de estación dispuesta para dar la salida.
Tomamos asiento en uno de los vagones de madera con bancos corridos. Varios grupos de jóvenes en viaje de estudios realizan hoy también la excursión. El tren emprende la marcha y lentamente empieza a ganar altura y a alejarse de la costa. Quizás sea por el traqueteo un tanto hipnótico de los vagones, o por el cielo plomizo que confiere al día una luz especial, o por las laderas cubiertas de olivos y punteadas de cipreses. El caso es que sentimos una emoción especial al ver cómo se va desplegando ante nosotros uno de los paisajes más amables y seductores que hayamos visto nunca en Grecia.
Después de cruzar varios viaductos de piedra el tren hace una parada de veinte minutos en la estación de Ano Gatzea, un pueblecito a medio camino de Miliés.
El trayecto continúa ofreciéndonos magníficas vistas del Pelión y del golfo. Finalmente se divisa el caserío de Miliés, pero antes de llegar hay que atravesar uno de los viaductos más singulares del recorrido, diseñado, como el resto de la línea, por el ingeniero italiano Evaristo de Chirico. Se trata de una estructura de hierro que salva el barranco en línea recta, aunque el tren traza sobre ella una ligera curva.
Desde la estación un sendero desciende hacia la cueva de Quirón. Aunque los centauros se caracterizaban por sus costumbres brutales, Quirón tenía un origen y un talante diferentes. Sus padres fueron Fílira, una hija de Océano, y Cronos, que había adoptado la forma de un caballo para unirse a ella. Quirón destacó por su prudencia, sabiduría y conocimientos médicos. Fue maestro de Aquiles, Asclepio y Jasón, que recibieron sus enseñanzas en estos parajes. Cerca de la cueva donde vivía el centauro se celebraron las bodas de Tetis y Peleo, a las que fueron invitados todos los dioses, excepto Eris, la Discordia. La diosa se presentó en mitad del banquete con una manzana de oro para la más hermosa, desencadenando así el ciclo de leyendas más productivo de la mitología griega.
Volvemos sobre nuestros pasos y en veinte minutos de caminata llegamos al centro del pueblo, que nos depara un par de descubrimientos inesperados. Cegados por los encantos naturales de la montaña, sus referencias mitológicas y su pintoresco τρενάκι, se nos habían pasado por alto, a la hora de preparar el viaje, dos tesoros que custodia Miliés. El primero es la iglesia de los Taxiarcas, o de los Arcángeles, que preside la plaza. Su interior está decorado con preciosas pinturas al fresco del siglo XVIII, entre las que destacan las escenas del nártex que representan el juicio final. Cerca de la iglesia está la biblioteca pública, un sencillo edificio que nos han recomendado que visitemos. Subimos unas empinadas escaleras hasta la puerta. En lo alto de la fachada se distingue en letras mayúsculas el lema ΨΥΧΗΣ ΑΚΟΣ, remedio del espíritu. La planta baja es una biblioteca convencional, que ofrece préstamo y consulta de libros. Seguimos por la escalera interior las indicaciones de Ιστορικό Τμήμα, Sección Histórica, y entramos en una amplia sala en forma de U con anaqueles acristalados hasta el techo y algunas vitrinas con libros antiguos expuestos. Le preguntamos a la bibliotecaria sobre el origen de estos fondos y nos explica la fascinante historia de la escuela de Miliés y de su biblioteca ψυχής ἄκος.
A finales del siglo XVIII la población griega de la zona se concentraba en los pueblos del interior, mientras que en las localidades costeras y en la ciudad de Volos se asentaban las guarniciones turcas que ejercían el control del territorio. De Miliés eran originarios Antimos Gazís, Gregorios Kostandás y Demetrios Filipidis, tres figuras destacadas de la renovación cultural griega que siguieron trayectorias paralelas. En metrópolis como Viena, París, Bucarest o Constantinopla se impregnaron de las ideas de la Ilustración y se empeñaron en llevarlas a Grecia para elevar el nivel cultural de sus compatriotas. En 1814 Gazís y Kostandás comprometieron su esfuerzo y su patrimonio personal en la fundación de una escuela en su pueblo natal, que ofreciera un programa educativo superior, basado no sólo en las disciplinas humanísticas, sino también en las ciencias experimentales. Aportaron libros de su propiedad, adquirieron otros nuevos e instrumentos de observación científica, construyeron un edificio como sede de la escuela y convirtieron así a Miliés en el centro de difusión de las ideas ilustradas en Grecia. En 1821 Antimos Gazís izó la bandera de la revolución en la plaza del pueblo, sumándose al levantamiento contra los turcos. Meses más tarde los otomanos retomaron el control de Miliés, se perdieron parte de los fondos de la biblioteca y la escuela se cerró. En 1830 Kostandás regresó y la escuela volvió a funcionar hasta su muerte, acaecida en 1844. En la Segunda Guerra Mundial los alemanes incendiaron el pueblo y el edificio de la escuela quedó destruido. A pesar de tan azarosa historia todavía se conservan en el edificio actual, financiado por una benefactora local, auténticas joyas bibliográficas, como las editiones principes de Aristóteles y Aristófanes, impresas en Venecia por Aldo Manucio en 1497 y 1498 respectivamente, o un ejemplar de la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert. La bibliotecaria nos habla con pasión de todos estos tesoros, despliega ante nosotros mapas de Grecia del XVIII y del XIX y nos muestra con orgullo la bandera que ondeó en la plaza de Miliés en 1821.
Todavía conmovidos por la proeza ejemplar de este grupo de hombres y mujeres, empeñados en difundir y custodiar la luz del conocimiento, reponemos fuerzas en un restaurante de la plaza. Después de elevar el espíritu hay que dar también satisfacción al cuerpo. Cuando se acerca la hora de partir tomamos el camino que conduce a la estación, indicado por unos pequeños carteles de madera que no precisan explicación.
El viaje de vuelta en el Μουτζούρης nos permite gozar de nuevo del cautivador paisaje. Realizo parte del trayecto de pie en la plataforma entre dos vagones, para disfrutar del aire de la montaña y dejarme llevar por el acompasado vaivén del tren. Son ya muchos los rincones que he visitado y las experiencias que he vivido en Grecia, pero esta jornada en el Pelión ocupará sin duda un lugar destacado entre mis recuerdos.
Amanece nuestro último día en Grecia. Nos queda un largo trayecto hasta el aeropuerto de Atenas, pero el vuelo no sale hasta las diez de la noche, así que aún disponemos de tiempo para visitar algunos lugares. Hemos visto muchas ruinas antiguas durante el recorrido, pero hoy vamos a retroceder más en el tiempo. A poca distancia de Volos están las localidades de Sesklo y Dímini, dos de los asentamientos neolíticos más antiguos de Europa. Sesklo estuvo habitado desde mediados del séptimo milenio a. C. Somos los únicos visitantes en esta mañana de domingo y el vigilante nos acompaña amablemente a través de un pinar hasta la parte principal del yacimiento, mientras nos cuenta que un arqueólogo español estuvo aquí hace poco. Los bordes de la colina donde se asentaba la población han sido socavados por el torrente que corre a sus pies. En lo alto se conservan los restos de la llamada casa del ceramista.
El poblado neolítico de Dímini, más reciente, data del quinto milenio a. C. Se distingue claramente una estructura urbana de seis muros concéntricos que delimitaban una serie de corredores y patios entre los que se levantaban las casas. Al pie de la colina se ha excavado un asentamiento de época micénica que se ha identificado con la antigua Yolcos, la patria de Jasón, el lugar donde el usurpador Pelias encontró la muerte a manos de sus propias hijas por instigación de Medea. Hoy domingo solo hay un vigilante en las ruinas, por lo que tenemos que conformarnos con contemplar los restos micénicos desde lejos, a través de la valla. Al menos son accesibles dos tumbas de esta época. Una de ellas ha perdido la cubierta, pero la otra conserva el triángulo de descarga sobre la puerta.
Las horas van pasando, pero nos resistimos a poner fin a nuestro viaje. Todavía tenemos un lugar señalado en el itinerario, el antiguo emplazamiento de Ptía, la patria de Aquiles y sus mirmidones. Hemos buscado su ubicación en el Atlas Mitológico de Grecia de Pedro Olalla y en el portal ΟΔΥΣΣΕΥΣ del Ministerio de Cultura griego. Sabemos que apenas se conservan ruinas de interés, pero el poder evocador del lugar justifica nuestro desvío. La carretera que bordea el norte del golfo desde Volos empieza a alejarse de la costa. A pesar de que no hay ninguna señalización del sitio arqueológico, el navegador, sin cuya ayuda nos habríamos perdido en más de una ocasión, nos indica que debemos girar a la izquierda por una pista asfaltada. Un poco más adelante tomamos un camino que asciende por la ladera de una colina. Apenas se reconocen las rodadas, cubiertas por hierbas cada vez más altas. Encontramos a un pastor con su rebaño de ovejas y cabras, sentado a cierta distancia. Le preguntamos por las ruinas, pero no parece entender de qué le hablamos. Finalmente aparcamos en una pequeña explanada. Dirigimos la mirada hacia abajo y distinguimos los restos de un teatro, más allá la llanura y al fondo el mar. Ascendemos por la colina y descubrimos, semiocultos por las flores y la vegetación, los muros de la ciudad de Aquiles, el héroe que intercedió por Ifigenia allá en Áulide, donde estuvimos hace unos días, al que educó el centauro Quirón en la cueva que visitamos ayer mismo. La mañana es luminosa. Parece un buen lugar para poner punto y final a este intenso viaje en el que hemos seguido las huellas del mito y la historia.
De camino al aeropuerto volvemos a rodear el monte Otris, a pasar por las Termópilas, a contemplar la costa de Eubea, que acompañó la primera parte de nuestro itinerario. Los recuerdos recientes se agolpan en la memoria, mezclados con cierta amargura por el viaje que termina. Al acercarnos al extrarradio de Atenas nos damos cuenta de que todavía queda bastante tiempo para que salga nuestro avión. Una idea empieza a cobrar forma. Sería una lástima estar tan cerca y no rendir una visita a la ciudad de Atenea. No hace falta pensárselo mucho. La amargura se diluye y deja paso al entusiasmo. Nos metemos de lleno en la vorágine del tráfico de Atenas. Dejamos el coche, por una buena suma de dinero, en un garaje regentado por paquistaníes. El precio bien merece la pena. En unos instantes nos plantamos en uno de los lugares más bellos de Atenas. Caminamos por la colina de las Musas para llegar a la Pnix, la explanada donde se reunía la asamblea, el corazón de la democracia ateniense, donde cualquier ciudadano tenía el derecho de hablar o callar. Para nosotros ha llegado el momento de callar y contemplar en silencio cómo el sol de la tarde hace resplandecer la roca sagrada de la Acrópolis.
La montaña está salpicada de encantadores pueblecitos, encaramados en la ladera, con su arquitectura característica de casas cúbicas, gruesos muros y tejados a cuatro aguas. Nuestro primer destino son los pueblos de Portariá y Makrinitsa, los más turísticos de la zona, con muchas de sus casonas convertidas en hoteles y abundancia de tiendas, bares y restaurantes en las calles principales. Aprovechando el único terreno llano, la plaza principal se abre al horizonte. Un par de árboles de gigantescas copas sirven para darle sombra. Desde Makrinitsa las vistas del golfo de Pagasas son magníficas. A nuestros pies se extiende la ciudad de Volos, en la que nos vamos a alojar los últimos días de nuestro viaje.
Vista de Volos y el golfo Pagasético |
Plaza de Makrinitsa |
Seguimos ascendiendo por la carretera hacia las alturas del Pelión. Según la mitología fue en esta montaña donde el impío Ixión se unió a una nube con la apariencia de Hera. Había sido enviada por Zeus para comprobar si se atrevía a consumar su sacrílega pasión. El fruto de esos amores fue Centauro, quien se apareó con las yeguas del Pelión y dio lugar a la estirpe de los seres mitad hombre, mitad caballo. En la más alta de las cumbres se alza hoy un repetidor y en otra se distinguen unas pistas de esquí, cubiertas todavía de nieve.
Iniciamos el descenso por la vertiente que mira al Egeo. La carretera serpentea y va perdiendo altura en una sucesión interminable de curvas. A los bosques de hoja caduca les suceden pequeñas parcelas con frutales, olivos, viñedos y huertos. El mar se divisa más abajo. Llegamos al pueblo de Zagorá, un caserío diseminado en varios barrios, cada uno con su plaza y su iglesia. Nos detenemos en la de Agios Georgios y damos un paseo para recobrarnos del mareo después de tantas curvas. Nos gustaría seguir bajando para explorar los pueblos de la costa, pero todavía queda un trecho de carretera sinuosa. Decidimos dar la vuelta hacia Volos. Mañana tendremos ocasión de descubrir otros rincones de esta hermosa montaña.
Plaza de Agios Georgios en Zagorá |
Volos es una ciudad moderna y cosmopolita, de amplias avenidas. La más concurrida es Αργοναυτών, el Paseo de los Argonautas, que discurre en paralelo al mar. La arteria principal por la que circula el tráfico rodado lleva el nombre de Ιάσονος, Jasón. Los nombres no son casuales, ya que Volos es la antigua Pagasas, el puerto desde el que zarparon los Argonautas, al mando de Jasón, en busca del vellocino de oro. La nave Argo se ha convertido en símbolo de la ciudad: decora una fuente en la entrada principal al centro urbano y su silueta está presente en todas las papeleras del municipio.
Nos alojamos en un luminoso y amplio apartamento con vistas a la montaña. El propietario es un agradable profesor de instituto jubilado que nos recibe con una hospitalidad menos bulliciosa que la de nuestra anfitriona de Vergina, pero igual de sincera. Pasamos un buen rato conversando sobre el pasado y el presente de Volos. Para cuando se marcha los rayos del sol han empezado a declinar. Desde la terraza tenemos una buena panorámica de las cumbres del Pelión.
El día siguiente está marcado en el calendario como uno de los más especiales de nuestras vacaciones. Vamos a viajar en el τρενάκι, el viejo ferrocarril de vía estrecha que unía Volos con los pueblos del Pelión. La línea, proyectada a finales del XIX, tenía previsto rodear la montaña y llegar a Zagorá, pero el trazado solo se completó hasta Miliés. Entre 1903 y 1971 el Μουτζούρης, el tiznado de hollín, como lo bautizaron cariñosamente los lugareños, cubrió puntualmente su recorrido. Con la llegada de las carreteras y el automóvil dejaría de funcionar hasta que se volvió a abrir con fines turísticos en 1996. Tan solo circula algunos fines de semana de primavera, así que hemos planificado el viaje para hacer coincidir nuestra estancia en Volos con este sábado de abril. En varios lugares de la ciudad se pueden observar tramos de la antigua vía con dos anchos diferentes: uno para los trenes regionales y otro más estrecho para el τρενάκι. Pero el Μουτζούρης ya no parte desde Volos, sino desde la estación de Ano Lechonia, un pueblo a poco más de diez kilómetros. Cuando llegamos el tren ya espera en el andén con la jefa de estación dispuesta para dar la salida.
Tomamos asiento en uno de los vagones de madera con bancos corridos. Varios grupos de jóvenes en viaje de estudios realizan hoy también la excursión. El tren emprende la marcha y lentamente empieza a ganar altura y a alejarse de la costa. Quizás sea por el traqueteo un tanto hipnótico de los vagones, o por el cielo plomizo que confiere al día una luz especial, o por las laderas cubiertas de olivos y punteadas de cipreses. El caso es que sentimos una emoción especial al ver cómo se va desplegando ante nosotros uno de los paisajes más amables y seductores que hayamos visto nunca en Grecia.
Después de cruzar varios viaductos de piedra el tren hace una parada de veinte minutos en la estación de Ano Gatzea, un pueblecito a medio camino de Miliés.
El trayecto continúa ofreciéndonos magníficas vistas del Pelión y del golfo. Finalmente se divisa el caserío de Miliés, pero antes de llegar hay que atravesar uno de los viaductos más singulares del recorrido, diseñado, como el resto de la línea, por el ingeniero italiano Evaristo de Chirico. Se trata de una estructura de hierro que salva el barranco en línea recta, aunque el tren traza sobre ella una ligera curva.
Desde la estación un sendero desciende hacia la cueva de Quirón. Aunque los centauros se caracterizaban por sus costumbres brutales, Quirón tenía un origen y un talante diferentes. Sus padres fueron Fílira, una hija de Océano, y Cronos, que había adoptado la forma de un caballo para unirse a ella. Quirón destacó por su prudencia, sabiduría y conocimientos médicos. Fue maestro de Aquiles, Asclepio y Jasón, que recibieron sus enseñanzas en estos parajes. Cerca de la cueva donde vivía el centauro se celebraron las bodas de Tetis y Peleo, a las que fueron invitados todos los dioses, excepto Eris, la Discordia. La diosa se presentó en mitad del banquete con una manzana de oro para la más hermosa, desencadenando así el ciclo de leyendas más productivo de la mitología griega.
Entorno de la cueva de Quirón |
Volvemos sobre nuestros pasos y en veinte minutos de caminata llegamos al centro del pueblo, que nos depara un par de descubrimientos inesperados. Cegados por los encantos naturales de la montaña, sus referencias mitológicas y su pintoresco τρενάκι, se nos habían pasado por alto, a la hora de preparar el viaje, dos tesoros que custodia Miliés. El primero es la iglesia de los Taxiarcas, o de los Arcángeles, que preside la plaza. Su interior está decorado con preciosas pinturas al fresco del siglo XVIII, entre las que destacan las escenas del nártex que representan el juicio final. Cerca de la iglesia está la biblioteca pública, un sencillo edificio que nos han recomendado que visitemos. Subimos unas empinadas escaleras hasta la puerta. En lo alto de la fachada se distingue en letras mayúsculas el lema ΨΥΧΗΣ ΑΚΟΣ, remedio del espíritu. La planta baja es una biblioteca convencional, que ofrece préstamo y consulta de libros. Seguimos por la escalera interior las indicaciones de Ιστορικό Τμήμα, Sección Histórica, y entramos en una amplia sala en forma de U con anaqueles acristalados hasta el techo y algunas vitrinas con libros antiguos expuestos. Le preguntamos a la bibliotecaria sobre el origen de estos fondos y nos explica la fascinante historia de la escuela de Miliés y de su biblioteca ψυχής ἄκος.
A finales del siglo XVIII la población griega de la zona se concentraba en los pueblos del interior, mientras que en las localidades costeras y en la ciudad de Volos se asentaban las guarniciones turcas que ejercían el control del territorio. De Miliés eran originarios Antimos Gazís, Gregorios Kostandás y Demetrios Filipidis, tres figuras destacadas de la renovación cultural griega que siguieron trayectorias paralelas. En metrópolis como Viena, París, Bucarest o Constantinopla se impregnaron de las ideas de la Ilustración y se empeñaron en llevarlas a Grecia para elevar el nivel cultural de sus compatriotas. En 1814 Gazís y Kostandás comprometieron su esfuerzo y su patrimonio personal en la fundación de una escuela en su pueblo natal, que ofreciera un programa educativo superior, basado no sólo en las disciplinas humanísticas, sino también en las ciencias experimentales. Aportaron libros de su propiedad, adquirieron otros nuevos e instrumentos de observación científica, construyeron un edificio como sede de la escuela y convirtieron así a Miliés en el centro de difusión de las ideas ilustradas en Grecia. En 1821 Antimos Gazís izó la bandera de la revolución en la plaza del pueblo, sumándose al levantamiento contra los turcos. Meses más tarde los otomanos retomaron el control de Miliés, se perdieron parte de los fondos de la biblioteca y la escuela se cerró. En 1830 Kostandás regresó y la escuela volvió a funcionar hasta su muerte, acaecida en 1844. En la Segunda Guerra Mundial los alemanes incendiaron el pueblo y el edificio de la escuela quedó destruido. A pesar de tan azarosa historia todavía se conservan en el edificio actual, financiado por una benefactora local, auténticas joyas bibliográficas, como las editiones principes de Aristóteles y Aristófanes, impresas en Venecia por Aldo Manucio en 1497 y 1498 respectivamente, o un ejemplar de la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert. La bibliotecaria nos habla con pasión de todos estos tesoros, despliega ante nosotros mapas de Grecia del XVIII y del XIX y nos muestra con orgullo la bandera que ondeó en la plaza de Miliés en 1821.
Todavía conmovidos por la proeza ejemplar de este grupo de hombres y mujeres, empeñados en difundir y custodiar la luz del conocimiento, reponemos fuerzas en un restaurante de la plaza. Después de elevar el espíritu hay que dar también satisfacción al cuerpo. Cuando se acerca la hora de partir tomamos el camino que conduce a la estación, indicado por unos pequeños carteles de madera que no precisan explicación.
El viaje de vuelta en el Μουτζούρης nos permite gozar de nuevo del cautivador paisaje. Realizo parte del trayecto de pie en la plataforma entre dos vagones, para disfrutar del aire de la montaña y dejarme llevar por el acompasado vaivén del tren. Son ya muchos los rincones que he visitado y las experiencias que he vivido en Grecia, pero esta jornada en el Pelión ocupará sin duda un lugar destacado entre mis recuerdos.
Amanece nuestro último día en Grecia. Nos queda un largo trayecto hasta el aeropuerto de Atenas, pero el vuelo no sale hasta las diez de la noche, así que aún disponemos de tiempo para visitar algunos lugares. Hemos visto muchas ruinas antiguas durante el recorrido, pero hoy vamos a retroceder más en el tiempo. A poca distancia de Volos están las localidades de Sesklo y Dímini, dos de los asentamientos neolíticos más antiguos de Europa. Sesklo estuvo habitado desde mediados del séptimo milenio a. C. Somos los únicos visitantes en esta mañana de domingo y el vigilante nos acompaña amablemente a través de un pinar hasta la parte principal del yacimiento, mientras nos cuenta que un arqueólogo español estuvo aquí hace poco. Los bordes de la colina donde se asentaba la población han sido socavados por el torrente que corre a sus pies. En lo alto se conservan los restos de la llamada casa del ceramista.
Casa del ceramista |
Vista del entorno de Sesklo |
El poblado neolítico de Dímini, más reciente, data del quinto milenio a. C. Se distingue claramente una estructura urbana de seis muros concéntricos que delimitaban una serie de corredores y patios entre los que se levantaban las casas. Al pie de la colina se ha excavado un asentamiento de época micénica que se ha identificado con la antigua Yolcos, la patria de Jasón, el lugar donde el usurpador Pelias encontró la muerte a manos de sus propias hijas por instigación de Medea. Hoy domingo solo hay un vigilante en las ruinas, por lo que tenemos que conformarnos con contemplar los restos micénicos desde lejos, a través de la valla. Al menos son accesibles dos tumbas de esta época. Una de ellas ha perdido la cubierta, pero la otra conserva el triángulo de descarga sobre la puerta.
Poblado neolítico de Dímini |
Las horas van pasando, pero nos resistimos a poner fin a nuestro viaje. Todavía tenemos un lugar señalado en el itinerario, el antiguo emplazamiento de Ptía, la patria de Aquiles y sus mirmidones. Hemos buscado su ubicación en el Atlas Mitológico de Grecia de Pedro Olalla y en el portal ΟΔΥΣΣΕΥΣ del Ministerio de Cultura griego. Sabemos que apenas se conservan ruinas de interés, pero el poder evocador del lugar justifica nuestro desvío. La carretera que bordea el norte del golfo desde Volos empieza a alejarse de la costa. A pesar de que no hay ninguna señalización del sitio arqueológico, el navegador, sin cuya ayuda nos habríamos perdido en más de una ocasión, nos indica que debemos girar a la izquierda por una pista asfaltada. Un poco más adelante tomamos un camino que asciende por la ladera de una colina. Apenas se reconocen las rodadas, cubiertas por hierbas cada vez más altas. Encontramos a un pastor con su rebaño de ovejas y cabras, sentado a cierta distancia. Le preguntamos por las ruinas, pero no parece entender de qué le hablamos. Finalmente aparcamos en una pequeña explanada. Dirigimos la mirada hacia abajo y distinguimos los restos de un teatro, más allá la llanura y al fondo el mar. Ascendemos por la colina y descubrimos, semiocultos por las flores y la vegetación, los muros de la ciudad de Aquiles, el héroe que intercedió por Ifigenia allá en Áulide, donde estuvimos hace unos días, al que educó el centauro Quirón en la cueva que visitamos ayer mismo. La mañana es luminosa. Parece un buen lugar para poner punto y final a este intenso viaje en el que hemos seguido las huellas del mito y la historia.
De camino al aeropuerto volvemos a rodear el monte Otris, a pasar por las Termópilas, a contemplar la costa de Eubea, que acompañó la primera parte de nuestro itinerario. Los recuerdos recientes se agolpan en la memoria, mezclados con cierta amargura por el viaje que termina. Al acercarnos al extrarradio de Atenas nos damos cuenta de que todavía queda bastante tiempo para que salga nuestro avión. Una idea empieza a cobrar forma. Sería una lástima estar tan cerca y no rendir una visita a la ciudad de Atenea. No hace falta pensárselo mucho. La amargura se diluye y deja paso al entusiasmo. Nos metemos de lleno en la vorágine del tráfico de Atenas. Dejamos el coche, por una buena suma de dinero, en un garaje regentado por paquistaníes. El precio bien merece la pena. En unos instantes nos plantamos en uno de los lugares más bellos de Atenas. Caminamos por la colina de las Musas para llegar a la Pnix, la explanada donde se reunía la asamblea, el corazón de la democracia ateniense, donde cualquier ciudadano tenía el derecho de hablar o callar. Para nosotros ha llegado el momento de callar y contemplar en silencio cómo el sol de la tarde hace resplandecer la roca sagrada de la Acrópolis.
τοὐλεύθερον δ' ἐκεῖνο· τίς θέλει πόλει
χρηστόν τι βούλευμ' ἐς μέσον φέρειν ἔχων;
καὶ ταῦθ' ὁ χρῄζων λαμπρός ἐσθ', ὁ μὴ θέλων
σιγᾷ. τί τούτων ἔστ' ἰσαίτερον πόλει;
La libertad es eso. ¿Quién quiere a la ciudad
algún consejo útil exponer públicamente?
Y quien eso decide es ilustre, y el que no quiere
calla. ¿Qué mayor igualdad que esta en una ciudad?
Eurípides, Suplicantes 438-441