El liceo classico es el itinerario más antiguo y uno de los más exigentes y prestigiosos de la escuela secundaria italiana. En sus cinco años de duración el estudio del latín y el griego ocupa un lugar destacado. El griego clásico es una de las asignaturas más temidas por los estudiantes, que tienen que enfrentarse a una prueba de traducción para superar el examen de madurez que les permite obtener el título. Andrea Marcolongo (Milán, 1987) pasó por las aulas del liceo classico y experimentó los mismos sinsabores, temores y dificultades que sufren la mayoría de sus compañeros ante el estudio del griego, aunque quedó atrapada por esta lengua y más tarde completó los estudios de Filología Clásica. Según ella misma confiesa siendo una jovencita me enamoré del griego antiguo; el amor más largo de mi vida, en resumidas cuentas. No mucho más tarde, con apenas 30 años, Andrea Marcolongo nos habla de esa historia de amor personal por el griego antiguo en su libro La lengua de los dioses (La lingua geniale).
La propia autora, en el prólogo a la edición española, describe su libro como un relato revolucionario del griego antiguo y explica el enfoque que ha pretendido darle:
La lengua de los dioses no es un manual tradicional, un ensayo académico, una clase impartida desde lo alto de la tarima: es una síntesis del alma a través de una lengua antiquísima como la griega que, sin embargo, no ha sido nunca tan moderna.
Ciertamente no nos encontramos ante un libro convencional. Su autora, que también se considera rara, muy rara, se centra en lo que el griego tiene de irremediablemente distinto para intentar comprenderlo. Va recorriendo a lo largo de los capítulos esas rarezas que hacen del griego una lengua fascinante: su forma de expresar el deseo y el aspecto, su distinción de géneros y números, la anarquía ordenada de los casos o la dificultad de conocer con certeza cómo se pronunciaba. Y sabe hacerlo de una manera apasionada, provocadora y siempre original. En un estilo en el que resuenan los ecos del oscuro Heráclito recurre con frecuencia a frases sentenciosas, que expresan de un modo rotundo y un tanto enigmático algunas de las particularidades de la lengua griega. Sirvan de muestra estos ejemplos:
No menos originales son los ejemplos que utiliza para intentar hacernos comprender ciertas sutilezas de la lengua griega que no tienen correspondencia exacta en nuestras lenguas. Así, para ilustrar las diferencias aspectuales del verbo φεύγω (huir), la autora nos mete en la piel, en la cabeza y sobre todo en la lengua de un tabernero del Pireo del siglo V a.C. que observa cómo dos borrachos intentan irse sin pagar de su establecimiento.
Los dos últimos capítulos tienen un enfoque un tanto diferente. El titulado Pero entonces, ¿cómo se traduce? se centra en la experiencia concreta del estudio del griego en la enseñanza secundaria italiana. A pesar de estar plagadas de jugosas anécdotas, estas páginas dejan un sabor agridulce por el terror, el pánico, el miedo pavoroso que provoca este auténtico hueso de asignatura entre los estudiantes del liceo classico. Recurriendo a la hipérbole, la ironía y el sentido del humor, Marcolongo apela a la camaradería del superviviente, al viejo adagio de lo que no te mata te hace más fuerte, pero se echa en falta algo de espíritu crítico ante unos métodos de enseñanza tan contrarios a los principios del aprendizaje natural de las lenguas. Como se afirma en el libro es terrible la situación de quien no entiende una cosa, pero le han dicho que debe amarla. No obstante, la autora parece alinearse con los que defienden el valor formativo de esa supuesta disciplina mental que se derivaría del estudio del latín y el griego desde una perspectiva meramente gramatical, enfocada a la traducción. Por suerte en la misma Italia y también en España se está volviendo la vista hacia otra metodología nada nueva, la que aplicaron hace ya quinientos años los humanistas, quienes mayor competencia han demostrado en estas lenguas al margen de los antiguos griegos y latinos.
En el capítulo final se hace un recorrido por la historia de la lengua griega desde sus orígenes indoeuropeos hasta nuestros días. En esto el griego también es original, es la lengua documentada con una historia más larga, la única lengua de Europa que ha seguido cambiando dentro de sí misma sin cambiar a otra cosa distinta de ella. Es en esta última parte donde las opiniones de la autora resultan más discutibles, porque parece presentar la evolución desde el griego clásico en adelante como un largo proceso de decadencia, hasta el punto de sugerir, en contra de lo que se afirmaba más arriba, una fractura en la época de la κοινή, a partir de la cual se podría hablar del griego antiguo como de una lengua muerta. Los datos de la exposición nos parecen confusos e imprecisos, y las afirmaciones de Marcolongo un tanto gratuitas, confundiendo las tendencias puristas del aticismo, el griego bizantino o la más reciente καθαρεύουσα, con la evolución real de la lengua. Da la impresión de que el griego moderno es una lengua artificial, creada en el siglo XIX, después de la Guerra de Independencia, que toma préstamos gramaticales y léxicos del griego antiguo. Como si la lengua popular, la δημοτική, no fuera el auténtico y legítimo vehículo de expresión del pueblo griego, eslabón último de una larguísima tradición que se inicia con las tablillas micénicas.
La lengua de los dioses, que lleva el subtítulo Nueve razones para amar el griego, ha sido publicado en español por la editorial Taurus. Hay que elogiar la labor de los traductores, Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda, que vierten fielmente del italiano el libro de Marcolongo, mostrando al mismo tiempo buen conocimiento de la terminología filológica y familiaridad con el griego antiguo. A pesar de algunos aspectos discutibles no se le puede negar a La lengua de los dioses la frescura, originalidad y, sobre todo, el amor que transmite por una lengua que merecería ser reconocida como patrimonio inmaterial de la humanidad.
El tiempo, nuestra cárcel: pasado, presente y futuro. Pronto, tarde, hoy, ayer, mañana. Siempre. Nunca.
El aspecto servía para expresar cómo y qué cosa nace de cada comienzo y de cada final.
Estamos lingüísticamente mudos y no sabemos decir nada sin tiempo.
El griego, gramaticalmente hablando, contaba hasta tres; uno, dos, dos o más.
Cuando una lengua se convierte en la lengua de todos, se convierte de hecho en la lengua de nadie.
La autora y la portada de la edición italiana |
Los dos últimos capítulos tienen un enfoque un tanto diferente. El titulado Pero entonces, ¿cómo se traduce? se centra en la experiencia concreta del estudio del griego en la enseñanza secundaria italiana. A pesar de estar plagadas de jugosas anécdotas, estas páginas dejan un sabor agridulce por el terror, el pánico, el miedo pavoroso que provoca este auténtico hueso de asignatura entre los estudiantes del liceo classico. Recurriendo a la hipérbole, la ironía y el sentido del humor, Marcolongo apela a la camaradería del superviviente, al viejo adagio de lo que no te mata te hace más fuerte, pero se echa en falta algo de espíritu crítico ante unos métodos de enseñanza tan contrarios a los principios del aprendizaje natural de las lenguas. Como se afirma en el libro es terrible la situación de quien no entiende una cosa, pero le han dicho que debe amarla. No obstante, la autora parece alinearse con los que defienden el valor formativo de esa supuesta disciplina mental que se derivaría del estudio del latín y el griego desde una perspectiva meramente gramatical, enfocada a la traducción. Por suerte en la misma Italia y también en España se está volviendo la vista hacia otra metodología nada nueva, la que aplicaron hace ya quinientos años los humanistas, quienes mayor competencia han demostrado en estas lenguas al margen de los antiguos griegos y latinos.
Examen de madurez del liceo classico |
En el capítulo final se hace un recorrido por la historia de la lengua griega desde sus orígenes indoeuropeos hasta nuestros días. En esto el griego también es original, es la lengua documentada con una historia más larga, la única lengua de Europa que ha seguido cambiando dentro de sí misma sin cambiar a otra cosa distinta de ella. Es en esta última parte donde las opiniones de la autora resultan más discutibles, porque parece presentar la evolución desde el griego clásico en adelante como un largo proceso de decadencia, hasta el punto de sugerir, en contra de lo que se afirmaba más arriba, una fractura en la época de la κοινή, a partir de la cual se podría hablar del griego antiguo como de una lengua muerta. Los datos de la exposición nos parecen confusos e imprecisos, y las afirmaciones de Marcolongo un tanto gratuitas, confundiendo las tendencias puristas del aticismo, el griego bizantino o la más reciente καθαρεύουσα, con la evolución real de la lengua. Da la impresión de que el griego moderno es una lengua artificial, creada en el siglo XIX, después de la Guerra de Independencia, que toma préstamos gramaticales y léxicos del griego antiguo. Como si la lengua popular, la δημοτική, no fuera el auténtico y legítimo vehículo de expresión del pueblo griego, eslabón último de una larguísima tradición que se inicia con las tablillas micénicas.
Hoy el verdadero reto, no sólo lingüísticamente hablando, está en la voluntad de reconstruir una lengua por fin moderna que sirva a todos los griegos para entender y hacerse entender dentro de sus propios confines y sobre todo fuera de Grecia. [...] De hecho Grecia habla hoy un griego moderno que toma prestados gran parte de sus elementos del griego antiguo para recalcar al mundo la identidad de un pueblo que tiene el pasado cultural más imponente del mundo occidental.Esta sorprendente cita incide en cierta visión despectiva que una parte de la filología clásica suele mostrar hacia la lengua y la cultura de la Grecia medieval y moderna, y que es consecuencia tanto del desconocimiento, como de una idealización excesiva de la Grecia clásica. Ya a los viajeros cultos del XVIII y del XIX les costaba reconocer que sus admirados Pericles o Demóstenes tuvieran algo que ver con los rudos habitantes que encontraban en sus recorridos por Grecia. Nosotros, sin embargo, creemos que resulta estéril hacer cortes con bisturí y poner barreras en la historia de una lengua; que más que de un griego antiguo y otro moderno habría que hablar de un griego eterno, la lengua de Homero, Arquíloco, Safo, Platón o Sófocles, pero también la de Solomós, Cavafis, Kazantzakis, Elitis o Dimulá.
La lengua de los dioses, que lleva el subtítulo Nueve razones para amar el griego, ha sido publicado en español por la editorial Taurus. Hay que elogiar la labor de los traductores, Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda, que vierten fielmente del italiano el libro de Marcolongo, mostrando al mismo tiempo buen conocimiento de la terminología filológica y familiaridad con el griego antiguo. A pesar de algunos aspectos discutibles no se le puede negar a La lengua de los dioses la frescura, originalidad y, sobre todo, el amor que transmite por una lengua que merecería ser reconocida como patrimonio inmaterial de la humanidad.
No existen lenguas muertas o no muertas; lo que existe son lenguas fecundas, tan fértiles como el griego, que forman parte de vuestra lengua materna, tan potentes que forman parte de vosotros mismos.