Hace poco he leído este interesante primer libro de Juan José Tejero, helenista y traductor nacido en Lebrija en 1978 y afincado en Valencia. Contra lo que pudiera parecer por el subtítulo -Un viaje a Grecia- no se trata de un libro de viajes al uso. Aquí no encontrará el lector un itinerario preciso con minuciosas descripciones de ruinas clásicas, pueblos pintorescos o playas de aguas azules. Es cierto que la obra gira en torno a la estancia del autor en Grecia durante una temporada, pero el motivo central del libro es su propio viaje interior, la necesidad de compartirlo y la contraposición entre lo vivido y lo contado. Todo ello envuelto en una cuidada prosa poética en la que se puede rastrear la huella de autores como Homero o Cavafis, que indagaron en sus obras sobre la esencia y el significado del viaje.
El libro se abre con un preámbulo en el que el autor se presenta a si mismo en la terraza de un café, frente al mar, reflexionando sobre el sentido último de esa tarde perdida, que alcanzará su plena justificación al ser evocada y rescatada de la memoria en un futuro.
Ilustración de Nani González |
La parte central del libro lleva por título Viajero sin Ítaca, y en ella, a partir de breves escenas y descripciones, Juan José Tejero desarrolla sus reflexiones sobre temas como el destino, la muerte, el heroísmo, el peso del pasado o las oportunidades perdidas. Acompañamos al autor desde las ruinas de Delfos, en las laderas del Parnaso, hasta el pequeño pueblo de Ierissós, en la Calcídica, con sus viejos marineros viendo pasar la vida desde las mesas del kafenío. Nos sentimos transportados al ambiente hipnótico de una taverna, en medio de la música y el baile, o a una barca de pescadores que se hace a la mar entre la bruma, en el momento de rayar el alba. Estas escenas constituyen el marco en el que el viajero se desprende de ideas preconcebidas para buscar su propia Ítaca, que dé sentido a su experiencia.
Al final llega el momento del regreso y el autor se enfrenta al abismo de la partida y al presentimiento de que nunca deberá retornar a ese lugar que ahora abandona. Igual que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río, tampoco es posible encontrar la misma ciudad al volver.
Pero el regreso no es el final del viaje. En la última parte del libro, titulada Ni aquí ni allá, el autor siente la imperiosa necesidad de contar y ser escuchado, aunque siempre queda la duda de qué viaje es más real, el vivido o el relatado. También asalta el temor de que, al contarlo, el viaje deje de ser de uno mismo.
El libro se cierra con un breve epílogo que lleva por título Si alguno que me quiere va alguna vez a Grecia. Se trata de una hermosa declaración de amor por Grecia, que no me resisto a reproducir aquí:
Al final llega el momento del regreso y el autor se enfrenta al abismo de la partida y al presentimiento de que nunca deberá retornar a ese lugar que ahora abandona. Igual que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río, tampoco es posible encontrar la misma ciudad al volver.
Pero el regreso no es el final del viaje. En la última parte del libro, titulada Ni aquí ni allá, el autor siente la imperiosa necesidad de contar y ser escuchado, aunque siempre queda la duda de qué viaje es más real, el vivido o el relatado. También asalta el temor de que, al contarlo, el viaje deje de ser de uno mismo.
El libro se cierra con un breve epílogo que lleva por título Si alguno que me quiere va alguna vez a Grecia. Se trata de una hermosa declaración de amor por Grecia, que no me resisto a reproducir aquí:
No pretendas amar a Grecia, extranjero, si no es con gran capacidad de entrega y estoica resignación. Amarla es darlo todo a pesar de todo, y no cualquiera puede conquistar su abigarrado espíritu a menos que sea de corazón sencillo y mirada limpia. Ella es quien te escoge para que la ames, pero no del modo en que piensas. Antes bien, olvida cuanto sabes de ella, ignora lo que enseñan los libros, diluye en tu memoria las pinturas que hayas visto, pero, sobre todo, desconfía de quienes ya presuman de conocerla: todo es mentira. Ellos no conocen más que la Grecia del mito, la de la fábula antigua. Algunos han debido ver la otra, sí, pero sin lograr jamás creer en ella. Y aunque sólo creyeran en la otra, ésa también es mentira.
Has pensado en Grecia como en algo demasiado querido para que sea real, cómo no preguntarse si será verdad que existe. Demasiado intensos han brillado en tu imaginación costas azules; parajes erizados de columnas en ruinas, semienterradas en la arena bajo una difusa luz romántica; islas veloces como una nube, como un velero; mujeres que juegan a la pelota sobre el mármol mientras la brisa marina remueve deliciosamente sus vestimentas... Procura renunciar a todo eso si vienes a Grecia y no te sentirás engañado. Ámala como el niño ama a la madre, como el perro al amo. No esperes nada de ella. Así, cuando por fin estés en Grecia comprenderás que, aunque pobre y vieja, algo nuevo te habrá dado: saberte libre de pensar en cualquier cosa que no sea ella, pues no podrás abandonarla sin perder también la libertad.Cuaderno de extravíos ha sido publicado por la editorial sevillana Point de lunettes y me llegó como un obsequio, acompañando al primer volumen de la colección Romiosyne, un encomiable y entusiasta proyecto de difusión de la cultura neohelénica del que es responsable precisamente Juan José Tejero. Hasta el momento han aparecido dos libros cuidadosamente editados, con el texto original griego y su traducción castellana. Se trata de Epitafio. Dieciocho cantares de la patria amarga de Yannis Ritsos y La pasión de la lluvia, una antología de poemas de Kikí Dimulá. Ya está en preparación el tercer número de la colección, Encima del subsuelo de Kostas Vrachnos, un nuevo valor de la poesía griega actual.
Primeros volúmenes de la colección Romiosyne |