Κάτι θα γίνει, θα δεις es el título griego de una colección de relatos de Christos Ikonomou, publicada en español por Valparaíso Ediciones con traducción de Maila García Amorós. La edición original griega apareció en 2010, poco después de desatarse la crisis de la deuda, pero cuando ya eran evidentes sus devastadores efectos sobre la sociedad.
Las catorce historias que componen el volumen están ambientadas en Nicea, Pérama, Keratsini, Drapetsona, Koridalós..., barrios del extrarradio de Atenas y El Pireo donde la recesión económica y el desempleo han hecho estragos en estos años. Son historias de supervivientes que conviven con la miseria, la marginalidad y la explotación, pero que aprietan los dientes y se esfuerzan por mantener la dignidad y no ceder a la desesperación. Como la joven abandonada por su pareja, que acaba de marcharse llevándose todos sus ahorros; el muchacho que hace guardia por las noches en las escaleras de su edificio para proteger el barrio de unos maleantes; el padre que siente en el estómago las punzadas del hambre y sale a buscar comida para su hijo; esos jubilados que hacen cola de madrugada ante el ambulatorio de la Seguridad Social; una pareja amenazada de desahucio; o el camarero que cuenta historias a sus clientes en una noche de apagón.
Portada de la edición griega |
El relato titulado Sangre de cebolla tiene una relación especial con España. Su protagonista trabaja en una fábrica de cubitos de hielo:
Mijalis, el tipo que salía a hacer los repartos se lo tomaba muy en serio. Decía que pocos trabajos eran tan duros como el suyo. Cogía un cubito de esos con un agujero en el medio -ladrones los llamábamos- y se lo metía en el puño. En cuestión de segundos el cubito empezaba a derretirse. En dos minutos era ya agua. En cinco había desparecido.
¿No es terrible? me preguntaba. Hacer algo que sabes que inmediatamente después va a dejar de existir. ¡Qué inhumano!
Mijalis está fascinado con España. Ha aprendido español de forma autodidacta, admira la poesía de Miguel Hernández y sueña con visitar algún día el país.
Decía que encontraría a una española de ojos brillantes y dientes blanquísimos y viajarían juntos por todo el país. Irían a la tierra de Don Quijote a ver los molinos y los inmensos viñedos. Bajarían a las orillas del Guadalquivir y subirían a Sierra Nevada e irían a todas las ciudades que Mijalis sólo había visto en el mapa, pero cuyos nombres prometían: Badajoz, Almendralejo, Villafranca de los Caballeros. Sueños. Sueños. Para personas como nosotros los sueños son como los cubitos, tarde o temprano se derriten. Pero no le decía nada.
En un entorno cada vez más deshumanizado los personajes de Ikonomou luchan por mantenerse a flote aferrándose a un sueño, aunque sea una quimera que al final se derrite, o aunque haya que proyectarlo hacia el pasado, como se lamenta otro de sus protagonistas:
Miro a mi hijo y en vez de mirar hacia adelante, miro hacia atrás y siento una gran vergüenza, como si la nostalgia fuera un crimen. No hago más que soñar con el pasado. Sueño con cómo sería todo si las cosas hubieran sido de otra manera. Pero es una locura, ¿verdad? Se supone que tienes sueños para el porvenir no para el pasado, ¿no es así?
Sin caer en el sentimentalismo Christos Ikonomu consigue con este libro componer un mosaico de historias en las que, a pesar de su crudeza, la confianza en la dignidad humana logra imponerse a la desesperanza.
Christos Ikonomu |