El mar que las circunda,
inevitable,
los puntos cardinales marcando un horizonte
sin matices visibles,
la ausencia de salidas
que no conduzcan todas
a esa informe no-isla sin tiempo
que es el mar.
Con estos versos abre Pedro Molina Temboury la crónica poética de su viaje por las islas del Dodecaneso, publicada por la editorial Pre-Textos y galardonada con el Premio de Poesía Javier Egea en 2011. Hace tan solo unos meses comentábamos otro libro más reciente de Verónica Aranda, que también recrea poéticamente un viaje por las islas griegas. No son los únicos poemarios inspirados por la estancia de sus autores en Grecia. Por las páginas de ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ han pasado ya los Archivos griegos de Blanca Andreu, Atenas de Juan Vicente Piqueras y las Crónicas de Atenas de Manuel Jurado López.
Pedro Molina Temboury (Málaga, 1955) inició su carrera literaria en los años 80 con dos libros de poesía, para pasarse después a la novela y a la literatura de viajes. Tras un paréntesis de más de veinte años el autor ha retomado su producción poética. En Islas, ISLAS, segundo título de esta nueva etapa, evoca un viaje veraniego por las islas del Dodecaneso con una acompañante a la que interpela en varios de los poemas.
Me dijiste una noche:
Grecia es como una roca
que un gigante arrojara,
cada isla un guijarro
fragmentado en el mar.
El recorrido se inicia en Rodas y desde allí, saltando de guijarro en guijarro, prosigue por Tilos, Nisiros, Kos, Kalimnos y Lipsi, para terminar en Patmos. Leros y Simi, aunque solo se divisan desde el barco, inspiran también un par de poemas. Como cabe esperar en un libro ambientado en Grecia no faltan las alusiones mitológicas, especialmente a Ulises, el viajero por antonomasia, pero también a Hefesto, recordado desde el volcán de Nisiros, o a una misteriosa ninfa que podemos identificar con la acompañante del poeta. En uno de los poemas Circe contempla cómo embarcan los turistas en el ferri de regreso. No tiene ya necesidad de convertirlos en animales. La desconexión de la rutina y la suspensión del tiempo que se opera en la isla son suficientes para transformarlos en seres diferentes.
cuando les veo partir
-bronceados y ahítos de bañarse y holgar-
la mayoría aún arrastran su propia inconsistencia
pero algunos también el no ser ya los mismos,
haber saboreado un elixir divino
de recuerdo perenne
que al retomar sus vidas siempre echarán de menos:
el deseo de ser isla
y que nada te alcance,
sin istmos ni penínsulas ni mareas vadeables,
sin pasado ni nombre, sin internet, sin móvil,
los vulgares hechizos
de su mundo mortal.
Al autor le gusta contraponer el glosioso pasado clásico, la belleza del paisaje, o las pintorescas ermitas y monasterios con la presión del turismo y la vida moderna. Así, en los acantilados de Kalimnos / los argonautas hoy / saltan en parapente / con el i pod a tope. En el monasterio de Juan el Teólogo de Patmos hay popes de todo tipo: popes que cancerberos / te reclaman la entrada / o censuran la carne / que exhiben las turistas / ...y hasta alguno que lee / un libro de Stieg Larsson / las tapas camufladas / como un misal piadoso. Pero nos compadecemos especialmente de ese otro pope de un monasterio de Tilos que soñó con vivir retirado del mundo sin que nadie se acerque a su nido de águilas,
Si acaso peregrinos o visitas piadosas,
no turistas de trekking
que le disparan fotos
y confunden con sendas de interés ecológico
los caminos de Dios
-aún peores los hippies,
que en verano se instalan en la playa desierta
al pie del monasterio
y se bañan desnudos y fuman marihuana-.
Otro tema recurrente son los barcos y las travesías. El poeta imagina a los veleros por la noche en el puerto como amantes que se mecen y buscan el contacto de sus cascos, o como confidentes que intercambian / secretos en voz baja. Las travesías entre islas tienen algo de mágico:
En cubierta,
viajeros que buscan un sentido
a sus vidas en tierra.
...
Y el barco que navega
indiferente a todo,
flotando como un sueño
que no termina nunca.
Cada barco tiene su propia personalidad. Frente a los modernos ferris y catamaranes, puntuales y asépticos, el modesto buque familiar Panagίa Spilianί navega entre Rodas y Nisiros luciendo un encanto especial.
Lento como el verano
nunca llega a su hora,
navega renqueante como chatarra aquea
y al atracar se gritan en la lengua de Ulises
el padre y los hermanos
juramentos sonoros
invocando a Atenea, a Poseidón, a Eolo
o mejor al dios Euro
que propicia turistas.
La placidez del viaje veraniego, el abandono al descanso y al lento fluir de las horas le traen al poeta recuerdos de otro tiempo y de otro mar, que sin embargo es el mismo, a pesar de la distancia.
Qué extraño que me bañe
en las islas de Grecia
y me recuerde niño
nadando en una playa
de las costas de Málaga.
El viaje llega a su fin, pero en el avión de regreso los viajeros tienen ocasión de contemplar por última vez, desde una perspectiva nueva, esas islas en las que han pasado unos días inolvidables.
de pronto tan pequeñas
que parece imposible
haber cabido en ellas,
que los días y las noches
que nos dieron cobijo
no fueran claustrofóbicos
en lugar de felices.
La mayoría de los poemas están compuestos en heptasílabos con ocasionales rimas asonánticas, lo que confiere al libro un ritmo y una sonoridad muy reconocibles. La poesía de Molina Temboury es fluida y transparente. Sabe recrear escenas con fina ironía y sentido del humor, trazar conexiones entre pasado y presente, evocar los paisajes visitados y los momentos vividos, transmitiendo esa sensación de felicidad que proporcionan los placeres efímeros y sencillos. Consigue contagiarnos, en suma, ese deseo de ser isla / y que nada te alcance.
El autor habla de su libro
El autor habla de su libro