Con esta cita de María Zambrano, que constituye toda una declaración de intenciones, se abre Dibujar una Isla, el libro de poemas de Verónica Aranda, galardonado con el XX Premio de Poesía Ciudad de Salamanca y publicado por la editorial Reino de Cordelia. En las páginas que siguen la autora se entrega, en compañía de la persona amada, al gozo y al descubrimiento de algunas islas griegas, que son efectivamente un regalo, pero también un enigma que debe ser revelado.
Toda isla es un enigma
cuando lava y espuma
se entrelazan.
Cuando recolectamos en silencio
piedras turquesa
y emociones últimas.
Cuando declina abril
y hay cinturas esquivas,
cartas sin responder,
y unas salinas de un extraño rojo.
El itinerario poético de Verónica Aranda comienza por las islas del Egeo y su primer destino es Santorini, donde se pregunta si
Acaso la existencia
es esta forma lenta
de bajar los peldaños
y divisar volcanes.
Míkonos, la isla que en los antros se embriaga / y aplica el carpe noctem, es un buen lugar para el encuentro amoroso.
Me buscas; estupor,
muy cerca de las yemas de los dedos.
El movimiento torpe
que se enquista en las ingles
nos llena de archipiélagos.
Después de las islas más turísticas el recorrido prosigue por otras menos frecuentadas. Folégandros con su luz fresca de cal y aguamanil y su extraño aroma a sandía caliente invita a nadar y abandonarse en sus plácidas aguas.
Nado a crol
y me alejo de la orilla;
me pierdo en la corriente
primitiva del mar.
Soy una nadadora ensimismada.
Luz fresca de cal y aguamanil. (Foto de Alicia Andrés, tomada del blog de la autora) |
En Milos la quietud se plasma en la forma en que los pescadores, / siempre meditabundos, / contemplan el fulgor de las medusas. En Kímolos, en un mediodía blanco / de textura porosa, la plenitud consiste en yacer y que me narres / historias de fareros. El periplo por las Cícladas culmina en Sifnos y Sérifos, donde las calas son una nueva invitación a entregarse a la voluptuosidad.
Si un pinar delimita
la voluptuosidad, sus tonos sepia,decido no alejarme de las playas de fósiles.
Desde Sérifos un salto hacia el norte lleva a la autora hasta las Espóradas para contemplar, en Skiathos, las vistas desde la alcoba de Papadiamandis. En Skópelos sorprenden el paisaje y la vegetación, muy diferentes a los de las Cícladas, y la extraña forma de la isla.
Una isla imposible
de dibujar, con infinitos cabos,
limoneros frondosos y colinas
donde los monjes enloquecen.
El recorrido por el Egeo termina en Alónnisos, disfrutando una vez más de la suspensión del tiempo y del placer del baño.
Nado, constante, sobre los erizos
y sobre las incógnitas.
Un tiempo fértil se dilata
en las calas remotas.
En la segunda parte del libro la autora vuela hasta las islas del mar Jónico. La isla de Odiseo no está incluida en la ruta, pero desde el aire contempla su silueta y no se puede resistir a componer un breve poema, en el que evoca a Penélope, sola en el lecho conyugal, cansada de intentar averiguar el paradero de su esposo.
Sobrevolamos Ítaca.
Penélope se arropa con dos sábanas.
Un viejo mapamundi
reposa sobre el lado
vacío de su lecho.
Las referencias geográficas son ahora menos precisas. Solo se mencionan expresamente tres destinos: Corfú, Paxos y el paraíso diminuto de Antípaxos.
No recuerdo
la forma de la isla,
solo el sabor del vino de Antipaxos,
solo tus hombros tensos
en ese paraíso diminuto.
En el resto de los poemas del Jónico, sin una localización exacta, hay lugar para el desencuentro amoroso, la reconciliación y una cierta sensación de fatiga, de pasión que se apaga, de viaje que toca a su fin.
El tiempo es troje en ruinas;
algo más que una vid en ese espacio
donde ya es autoengaño
lo que era deseo.
Pero el libro no se cierra con el final del viaje. En una tercera parte titulada Dibujar una casa, la autora delinea con sus versos los esbozos de varias casas. O quizás se trate más bien de una sola casa, multiforme, que cambia de aspecto para cobijar los distintos estados de ánimo que suscita la relación amorosa. En uno de ellos, La casa equilibrio, encontramos una alusión a las construcciones tradicionales de las Cícladas.
No hacer muchas preguntas
y asomarse a los días
desde una balaustrada
que tiene el blanco exacto de las cícladas.
Con Dibujar una Isla Verónica Aranda nos regala una poesía directa, breve, sincera, a menudo transparente, pero no siempre sencilla. Para el amante de Grecia tiene el valor añadido de que la mayor parte del libro nos transporta líricamente a la luz, los aromas, los sonidos y los paisajes de las islas griegas.
Sobrevolamos Ítaca.
Penélope se arropa con dos sábanas.
Un viejo mapamundi
reposa sobre el lado
vacío de su lecho.
Las referencias geográficas son ahora menos precisas. Solo se mencionan expresamente tres destinos: Corfú, Paxos y el paraíso diminuto de Antípaxos.
No recuerdo
la forma de la isla,
solo el sabor del vino de Antipaxos,
solo tus hombros tensos
en ese paraíso diminuto.
Antípaxos |
En el resto de los poemas del Jónico, sin una localización exacta, hay lugar para el desencuentro amoroso, la reconciliación y una cierta sensación de fatiga, de pasión que se apaga, de viaje que toca a su fin.
El tiempo es troje en ruinas;
algo más que una vid en ese espacio
donde ya es autoengaño
lo que era deseo.
Pero el libro no se cierra con el final del viaje. En una tercera parte titulada Dibujar una casa, la autora delinea con sus versos los esbozos de varias casas. O quizás se trate más bien de una sola casa, multiforme, que cambia de aspecto para cobijar los distintos estados de ánimo que suscita la relación amorosa. En uno de ellos, La casa equilibrio, encontramos una alusión a las construcciones tradicionales de las Cícladas.
No hacer muchas preguntas
y asomarse a los días
desde una balaustrada
que tiene el blanco exacto de las cícladas.
Con Dibujar una Isla Verónica Aranda nos regala una poesía directa, breve, sincera, a menudo transparente, pero no siempre sencilla. Para el amante de Grecia tiene el valor añadido de que la mayor parte del libro nos transporta líricamente a la luz, los aromas, los sonidos y los paisajes de las islas griegas.
Verónica Aranda |
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