Hace ya un tiempo que comentamos Cuatro estaciones, un libro de poemas del escritor griego Costas Mavrudís (Tinos, 1948). Anunciábamos entonces la publicación en español de la colección de relatos que hoy nos ocupa, editada por Hoja de Lata con traducción de Ángel Pérez González.
La inmortalidad de los perros (Η αθανασία των σκύλων), que recibió en 2014 el Premio Nacional de Literatura griego en la categoría de Narrativa Breve, se compone de setenta y una microhistorias que rara vez exceden las tres páginas. Algunas son pura ficción, pero en la mayoría la ficción se mezcla con los recuerdos personales. Muchas otras son reflexiones a partir de una anécdota, una cita literaria o una noticia periodística. La literatura y el cine están muy presentes, al igual que la pintura y la fotografía, una obsesión personal del autor, fascinado por esas imágenes congeladas de un pasado huidizo, que él se esfuerza por restituir y fijar en sus obras. Hemos utilizado el término microhistorias porque nos parece el más neutro para abarcar la variedad de enfoques de un libro en el que las fronteras entre relato, ensayo y recuerdos permanecen difusas.
A pesar de la diversidad de las piezas incluidas en el libro, hay algo que tienen en común todas ellas: la aparición, o al menos la mención, de uno o más perros. A veces en un papel central, generalmente como elementos secundarios, en ocasiones pasando inadvertidos, reducidos a una alusión mínima ο marginal. Porque la idea que subyace a toda la obra, planteada ya desde el primer capítulo, es que los perros siempre están ahí, como testigos mudos y casi indiferentes de los asuntos humanos, ya sea en Las Meninas de Velázquez, o en fotografías personales; en películas como Viridiana, o en libros como El Gatopardo; vagando por una excavación arqueológica, o acurrucados en el asiento trasero de un coche; como pretexto para una separación amorosa, o como reclamo publicitario de un conocido sello discográfico.
A pesar de la diversidad de las piezas incluidas en el libro, hay algo que tienen en común todas ellas: la aparición, o al menos la mención, de uno o más perros. A veces en un papel central, generalmente como elementos secundarios, en ocasiones pasando inadvertidos, reducidos a una alusión mínima ο marginal. Porque la idea que subyace a toda la obra, planteada ya desde el primer capítulo, es que los perros siempre están ahí, como testigos mudos y casi indiferentes de los asuntos humanos, ya sea en Las Meninas de Velázquez, o en fotografías personales; en películas como Viridiana, o en libros como El Gatopardo; vagando por una excavación arqueológica, o acurrucados en el asiento trasero de un coche; como pretexto para una separación amorosa, o como reclamo publicitario de un conocido sello discográfico.
La segunda historia nos da la clave del título del libro. En ella el dueño de Hermes, un setter inglés de quince años, explica su teoría sobre la inmortalidad de los perros:
El perro, muy señor mío, ¡es inmortal! [...] No se mueren más que los que lo saben. [...] Hermes no tiene conciencia, ignora el final, igual que el bosque no sabe nada de la serrería. Dichoso de él. Ha vivido y se muere sin sospechar de su ausencia, sin saber nada del tiempo. De modo que cuando llegue el momento le aplicaré la eutanasia a un ser despreocupado, que es como decir inmortal.
Las historias se van sucediendo sin responder aparentemente a ningún orden preconcebido, aunque algunas parecen agrupadas en bloques. Así encontramos unas cuantas ambientadas en Tinos, la isla natal del autor, otro grupo está protagonizado por ancianos, y en la parte final hay tres relatos narrados por una voz femenina.
Como bien afirma Vicente Fernández González, autor del prólogo a la edición española y buen conocedor de la obra de Mavrudís por haber traducido dos de sus poemarios, la narración en La inmortalidad de los perros vibra con concisión poética. Igual que un poema está cargado de referencias, evocaciones e imágenes concentradas en unos pocos versos, estas narraciones condensan, en el breve espacio de un par de páginas, reflexiones, recuerdos y ficciones que llevan de un tema a otro, de una situación a otra, de una cita a otra. Mavrudís se nos muestra como una especie de orfebre literario o prestidigitador de las palabras, capaz de convertir cada una de las piezas del libro, cuidadosamente elaborada, en una pequeña joya con varias historias en su interior, que se van desplegando ante la mirada cautivada del lector.
Costas Mavrudís |
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